40ª Etapa. 04 de julio de 2006. Martes.
Muxía, Lires, playa del Rostro, Fisterra.
Durante la noche, solamente me he levantado a orinar una vez. El chico se va con su mochila, carrito y perro (al que no se le ha oido en toda la noche). También se han ido los de las bicis. Nos levantamos, recogemos, dejamos las colchonetas en su sitio y para las 7:30h ya estamos en marcha. Philippe se queda a tomar café, ya que hoy cogerá autobús en Santiago para ir a Lyon y tiene tiempo de sobra, y yo parto hacia Fisterra; nos despedimos con idea de vernos en agosto, pues quizás vaya por Irun pero, finalmente, no nos veremos hasta diciembre, como ya contaré. El abrazo de rigor y Ultreya, que debía ser el grito que se daban los peregrinos para demostrar el deseo de que llegaran sanos y salvos a Compostela. Nos comunicaremos por e-mail. Voy con dos mujeres que me acompañan hasta el lugar donde deberé coger el camino correcto, pero lo cojo mal, y un señor, al poco rato, me reconduce. ¡No ha pasado nada! Como mucho, habré perdido diez minutos. Cuando llego a Xurarantes, no sé lo que me pasa que, al poco rato, me encuentro con la iglesia del s. XII de ayer; total que he llegado a Moraime, donde ayer estuve, ¡tanto caminar, para acabar retrocediendo! Me desespero, puesto que no sé hacia donde tirar. No se puede platear el mismo camino para ir, que para venir de Fisterra, sin modificar el lugar de las señales. Además, por coger el camino oficial, perderé la oportunidad de acercarme al cabo Touriñán, el más occidental de Galicia y, por tanto, de España. ¿Estará hecho con intención, para no hacer sombra al cabo Fisterra? Aparece una señora a la que pregunto, pero no me entiende, no se explica, o no le entiendo. Como veo llegar una furgoneta, le dejo con la palabra en la boca y corro hacia allí; la señora me gritará: ¡ese no sabe nada! Y, efectivamente, es un hombre de fuera, pero me indica a otra señora, que me informará mejor. Él está allí porque el edificio derruido que está cerca de la iglesia, lo van a reconvertir en hotel. La otra señora, me reorienta diciendo que coja carretera dirección Cee.
Me desespero subiendo a Castelos y, sin verlo, sigo a Vilela. En Viseo paro el coche de una chica, que me manda a Guisamonde y, aunque la temo, decido retornar a la ruta marcada, sabiendo que no conviene seguir la flecha aunque, a veces, sí. Desde la carretera veré de lejos la playa de Nemiña y, un poco antes de llegar al río Lires, me encuentro con un catalán que camina hacia Muxía y que ya hizo el camino en bicicleta. Me alaba el gusto de ir con sandalias (las considera buenas para andar por playa y por ríos). Bajo al río y las piedras de granito, las grandes, están hundidas en la parte central, así que me descalzaré. Al otro lado del río, encuentro un par de sandalias y dos palos ¿privilegio de los que hacen Fisterra-Muxía, coincidencia dependiendo del último que haya pasado, o alguien se los olvidó? Durante el camino me ha parecido ver al que lleva al perro en el carro, pero, visto y no visto. Llego al bar de Lires, donde desayuno (2,30€) y luego tomaré chorizo de Salamanca y ribeiro blanco (1,25€); la razón para este picoteo, es que se ha puesto a llover. Hay dos holandeses que van a Fisterra y, en Muxía, han dormido en hotel. Nos veremos en el albergue. ¡Hasta la vista! Me pongo a escribir en el diario y me quedo hasta las 13:50h. En Serantes he fotografiado un hórreo de 22 pies. En la barra comentan de alguien que le quitaron los puntos antes de obtener el carnet ¿puede ser posible? Les digo que, antes de sacar el carnet, le quitarían los puntos del brazo. Y me ríen la gracia. Por fin he escrito felicitación a mi prima Isabelita ¿le llegará “pa” San Fermín? ¡Ya falta menos! Es la canción que cantan los pamplonicas al día siguiente de acabadas las fiestas, tras el “Pobre de mí”. Ha habido suerte ya que, cuando la había terminado de escribir, ha llegado la repartidora de correos y me la ha cogido. Antes de llegar a Fisterra, no habría sabido dónde echarla. En el bar de Lires, hay moscas que muerden ¿o pican? Como parece que la lluvia está amainando y no me quiero quedar en el bar todo el día, me arriesgo a salir tal como estoy, en camiseta y con sandalias. Al poco rato de salir, encuentro en la carretera la indicación a Fisterra y ya no haré más caso al mapa que me señaló Ángel, el hospitalero, salvo para confirmar el paso por los pueblos. Pronto dejará de llover y, llegado a un punto, desde allí hacia Fisterra, no ha llovido en ningún momento del día; me lo dirá un conductor al que, en un stop, en una encrucijada, le preguntaré qué carretera me conviene más coger. Me dice que me da igual, pero mejor en la siguiente, puesto que me evitaré subir una cuesta.
Le hago caso, y enseguida salgo a la playa del Rostro que, no tanto como la de Traba, pero también es muy larga y tiene una duna trasera muy consolidada y por la que se puede andar bastante bien; ando por ella hasta media playa y luego me acerco a la orilla, por donde seguiré hasta el final; algunas zonas de la orilla y flotando sobre las olas, hay unas algas muy consistentes.
Voy al final, me desnudo, subo a la roca y saco una panorámica de toda la playa del Rostro;
también he sacado con gaviotas (gaviernas que decía el francés). Me doy un baño, me seco al aire, me visto y subiré por un camino que, intuyo, me acercará a la carretera.
Ya estoy acercándome a Fisterra, y el camino se hace más llevadero tras el refresco en el mar. Faltando tres kilómetros, me saluda una señora de 59 años que está con un chico de menos de cuarenta. Trabajó en Suiza y lo que intercambiamos son opiniones a cerca de las mujeres de ahora. Me habla de una cuyo marido ganaba mil euros ¿diarios? Y ella le fue arruinando yéndose a Cancún y otros lugares exóticos del mundo. Cuando el marido volvía de la mar, le contaban lo que estaba ocurriendo, pero él no lo quería ver. Otras mujeres se pasan el día en la playa y, cuando llega el marido de trabajar, improvisan cualquier cosa para comer. Me cuenta que ella se quedó viuda joven y le toca apechugar con todo, la casa, las tierras, todo. Allí, todos tienen algo de tierra. Después del chapapote, hubo gente que vino a ayudar y le gustó esta tierra tranquila, se compró una casita y ahora la tienen para venir de vacaciones en verano. Otro vino y se compró varios pisos para los empleados de su empresa. Hubiéramos continuado hablando más tiempo; hablábamos los tres, pero ella llevaba la voz cantante. Yo aporto mi teoría sobre el estrés de la mujer actual y ella transmite la idea de que los hombres hacemos mal las tareas de la casa. En mi caso lleva razón, puesto que prefiero dedicar más tiempo a mis diversiones, que a las labores domésticas, aunque, una vez jubilado, “sus labores” sería una profesión que nos vendría bien poner. Me despido de madre e hijo y sigo mi camino; camino que me llevará a otro punto de duda.
Una mujer me reorienta hacia el paseo marítimo, y lo hago para ver dónde bañarme luego, puesto que me parece una playa larga y discreta, donde los paseantes del paseo son obstaculizados en su visión de la playa por una duna no muy alta pero suficiente. Necesito rollos de diapositivas y localizo tienda para luego; salgo de playa y entro en el pueblo. En el Concello hay señal de Información; entro y allí es donde te sellan la credencial, esta vez con dos sellos: en el primero pone Albergue de Peregrinos. Fisterra y tiene la imagen de Santiago clásica, con libro y bastón. Y en el segundo, Fin de Ruta Xacobea. Concello de Fisterra y aquí hay un escudo, quizás del concello. También me dan la Fisterra, un diploma en que también pondrá mi nombre, aunque no en latín; ¿cómo lo guardaré? Ya no tengo a Philippe para que me lo lleve. Una chica me había dicho que, a lo mejor, no me lo daban por no haber pasado por Santiago, pero no ha habido ninguna pega: lo tengo. Intento enterarme de albergues de la zona, en vano; tampoco consigo información de la distancia y cómo es el camino Padrón-Santiago-Noia, puesto que estoy pensando por dónde me conviene entrar a Compostela y los candidatos son Noia y Padrón. Por la urgencia de arreglar las sandalias, mañana tendré que levantarme temprano si quiero llegar a Muros, para que al día siguiente no esté demasiado lejos de Noia, y localizar al zapatero de calidad que me recomendaron en Laxe. Me acomodo en el albergue en litera de arriba; allí está un grupo de ciclistas: alavés, madrileña y barcelonesa (un grupo variopinto); una de las dos, hizo el camino de la costa ¿qué costa? Este es un albergue raro; puesto que los que lo llevan son extranjeros: el que me ha hecho el certificado, lo es; otra chica que informa, también lo parece. La gente va a subir al faro a las 22:22h para ver la puesta del sol, pero me parece muy tarde, pues quiero ver ahora el cabo y luego bajar a bañarme a la playa que he visto.
Subo la primera cuesta y me paro ante la iglesia de Santa María das Areas que tiene prerrománico, románico, gótico y barroco, en fin, “un poutpourrí”, con un pequeño cimborrio y sigo hacia el faro.
Sin completar la siguiente curva, saco una foto, con un trozo del moderno cementerio y esta será toda mi visita al cabo menos importante, menos finis terrae, que el Touriñán.
Y regreso, puesto que no quiero que me cierren la tienda para comprar los rollos de diapositivas: compro dos packs de seis rollos (25,90€), que son algo más caros que los que compré en Comillas y los pago con Visa, como ayer la cena. Vuelvo al albergue para dejarlos, extiendo el saco sobre la cama, acto simbólico de ocupación de espacio, para que nadie se apodere de ella; y me voy a la playa. En zona discreta intermedia, me doy un baño en la playa de Langosteira y, cuando estoy saliendo del agua, llega una pareja inglesa que lleva un tiempo similar al mío caminando desde Mérida; han pasado muchísimo calor. Luego los veré al final de la playa con cervezas y me dicen que dormirán en hotel y mañana se quedarán a ver la puesta de sol, puesto que es su último día. A todos se les va acabando, menos a mí; también a los catalanes y a Gilbert: me dijo Philippe que les vio y ya regresaban. Estaría gracioso encontrarme con Mónika, la austriaca. Empiezo a buscar lugar para cenar, pero los próximos a la playa ofertan marisco y hoy quiero seguir con comida energética, por lo que me espera mañana. Cuando voy de nuevo hacia el albergue, me encuentro con una familia de Zarautz; hablan euskera, y me dicen que hace muchos años que se compraron allí una casita porque les gustó la tranquilidad de Fisterra, que es fundamental por el tipo de trabajo tan agobiante que él tiene. Vienen todos los veranos y les gusta el trato con la gente del lugar; son un abuelo, el matrimonio y, no recuerdo bien, si era un niño o una niña. Charlamos del camino y les cuento alguna anécdota; cuando les digo que busco para cenar algún sitio que me proporcione aporte calórico, me indican uno que, en el menú, habían visto lentejas. Les dejo casi con la palabra en la boca y me voy para el Mesón Xacobeo; el menú cuesta 10€, pero las lentejas se acabaron; queda una ración de spaguetti con carne y completo el menú con pescado que, creo, era katuarraia, con poco sabor, aunque mejor que el que compré en alguna ocasión en La Bretxa de Donostia; de postre comeré yogur de sabor a plátano y todo regado con media botellita de ribeiro que, durante la noche, me producirá un ligero dolorcillo de cabeza, sin mayor consecuencia. He continuado escribiendo el diario, pero debo dejarlo porque el bolígrafo ha decidido no escribir más. Voy hacia el albergue y el vitoriano de Gasteiz me pone los dientes largos con el bañito en bolas que se ha dado en la punta del cabo Fisterra. Me cuenta que hay un sendero que llega hasta el borde del mar y que se ha podido bañar gracias a que el mar se encontraba calmo. Normalmente hubiera ido, pero el hecho de saber que no era el más occidental, mi empeño en darme baño en playa conocida, mi no necesidad de purificarme de mis pecados (aunque luego supe que el creyente en Dios se purifica en la Catedral de Santiago y el No creyente se revela, pero lo hace en Fisterra. Quizás hice lo que debía: no darme un baño purificador en ninguno de los dos lugares). Después me fijo en el mapa y el cabo Nave, el más próximo a Fisterra, también sobresale más que éste hacia occidente, aunque sea menos espectacular. A pesar de todas mis razones, me quedo con envidia del gasteiztarra, más por el placer del baño en bolas que por motivos de purificación. El trio se va a cenar y yo me ducho y me acuesto; al volver me dirá que ya no lava el pantalón puesto que mañana se vuelve a la costa vasca para hacer un recorrido en barco por la zona de Lekeitio. Nos despedimos por si mañana no nos vemos, ya que yo madrugaré y, aunque cuando vuelven estoy medio dormido, le veo cómo le hace alguna carantoña a la catalana; después llegará la madrileña, quien antes me dijo que lo peor que me pueda pasar en la vida sea que me mee una mujer, motivado por lo que le había contado de mi noche en la casa derruida de la playa de Razo; ha llegado con otro chico que dormirá al fondo, pero que no da ninguna muestra de ternura, ni de cariño, a la madrileña, ¿se habrán conocido en las últimas horas? (como resultado en valores humanos, sería victoria del Barça sobre el Madrid, gracias a Euskadi). Cuando he llegado al dormitorio, la alberguista estaba hablando por el móvil y no le entendía nada; ni creía que fuera ella, ya que había poca luz y ya había cambiado su atuendo verde y pensaba que era una caminante. Nos ponemos a hablar de mi viaje y de los suyos (por etapas) y me cuenta más sus experiencias que lo que me deja contar a mí; casi no puedo decir mi discurso que acaba con: “me siento ciudadano del mundo”. Es hija de gallego y vasca y euskaldunberri (que ha aprendido a hablar euskera). Con la llegada de los otros y, aunque había encendido la luz, para que nos viéramos mejor las caras, suspendemos la conversación. Luego vendrá otro chico, que conoció al trio en alguna de sus etapas, que se acostará en litera sobre la gallego-bilbaina y, avanzada la noche, llegará la ¿alemana?, la de la litera de abajo de donde estoy yo. En Cee me enteraré que Italia ganó a Alemania. Durante la noche me levanto una vez a orinar. He puesto un rato a recargar el móvil. Mientras venía de camino entre Muxía y Fisterra, me vienen recuerdos de juventud, de aquel primer viaje a Galicia con dieciocho años, que vinimos en un seiscientos mi amigo de infancia Guillermo Barreneche, Ignacio Latierro y yo; la obra de teatro aficionado que vimos en Cee, creo que El médico a palos, de Moliére (si hay alguien con memoria en Cee que me lo confirme o desmienta, ¿podía ser hacia 1963?) y me entra una gran llorera en esta situación tan vulnerable, reviviendo aquella época en que aún lo era más, lo mal que lo pasé y los “huevos” que le echaba yo a la vida.
Resumiendo el día: Hoy ninguna playa nudista, pero sin privarme de bañarme desnudo; la despedida de Philippe; la pena de no haber pasado por Touriñán y por no bañarme desnudo en el cabo Fisterra; contento porque la lluvia a mediodía fue breve. La charla con la emigrante a Suiza. Mi no baño en Fisterra.
Resumiendo el día: Hoy ninguna playa nudista, pero sin privarme de bañarme desnudo; la despedida de Philippe; la pena de no haber pasado por Touriñán y por no bañarme desnudo en el cabo Fisterra; contento porque la lluvia a mediodía fue breve. La charla con la emigrante a Suiza. Mi no baño en Fisterra.
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