viernes, 27 de mayo de 2011

viajedejavi. Etapa 42: Muros-San Xusto

42ª Etapa. 06 de julio de 2006. Jueves.
Muros, Virxe do Camiño, Esteiro, río Tambre, Noia, playa do Testal, Noia, San Xusto.

Esta etapa consta de dos partes. La primera se desarrolla entre Muros y Noia y llego ya pasadas las 14:00h, cuando O Zapateiro ya ha cerrado. La segunda se desarrolla por la tarde, con paseo con grupo de chavales hasta la playa de Testal, baño y regreso a Noia; recogida de las sandalias arregladas en O Zapateiro y, pasando por Eroski, subiendo cuesta arriba, ¡que me deja hecho polvo!, llego a San Xusto estenuado, pero descansaré con sus sorprendentes cascadas y durmiendo sobre una mesa de madera, con el arrullo del agua cantarina.
Pensaba levantarme temprano, pero he dormido tan bien, se ve que lo necesitaba, que no me despierto hasta las 7:00h. Me levanto y hago las cosas rápido y para las 7:15h ya estoy en marcha. Me despido de Vicente, que ha abierto el bar y tiene ya un cliente y como en los 30€ no estaba incluido el desayuno, además, como vais sabiendo, que me gusta desayunar después de haber andado unos cuantos kilómetros, salgo hacia Noia.

Empieza ya a querer salir el sol y saco un contraluz de un barco rojo, hecho monumento, y otra del puerto con barquitos.


Enfilo hacia la iglesia de la Virgen del Camino. Recuerdo a mi madre que, en el hospital Virgen del Camino de Pamplona, sufrió sus últimas crisis hospitalarias y no son gratas para recordar. Tras la iglesia, acaba Muros y empieza Serres, aunque no sé si Serres es o no una parroquia del propio Muros.

Este cambio de lugar, en que se juntan ambos, me lo confirman unas mujeres que trabajan en la huerta. Pronto encontraré la indicación a Santiago 70km y a Noia 35km, y pasado un kilómetro aproximadamente, encuentro nueva señal que indica Noia 28km. Se ve que sin darme cuenta me he puesto las “botas de siete leguas” y raudo como el gato, en un kilómetro he hecho siete. Luego tendré la explicación y me la dará una chica que hace reparto de algunos productos, tipo “chuches”, y que me informa de que hicieron un puente hacia la desembocadura del Tambre, que acorta la distancia a Noia, pero que todavía no han quitado las señales antiguas, puesto que la carretera vieja continúa existiendo. Aclarado el malentendido, la noticia resulta grata, ya que llegaré a Noia antes de lo que me estaba temiendo. Así que, después de haber visto que faltan 28km, y haber andado unos kilómetros más, me encuentre con otra que pone Noia 29km sabré que no estoy “majara”, ni que veo visiones; todo gracias a la explicación recibida. Paso por Abelleira en el momento en que aparca la pescatera, anunciando su llegada a bocinazo limpio, aunque repleto de contaminación acústica; y pregunto a una señora si en el pueblo son muy supersticiosos, ya que veo colgando de verjas, rejas y otros lugares, la famosa planta aerófaga que vi en San Andrés de Teixido; confundido con los exvotos se me olvidó que esta planta se ofrecía allí como la planta del amor, que a la postre, sería otra forma de superstición. Me responderá que no hay tal, y me da una explicación muy coherente, pues se trata de una planta que los marineros galegos trajeron también de Canarias, como aquella grandota que vi en Mera (Ortigueira), y les gustó que viviera del aire que, como el amor, a veces se alimenta con suspiros. Me dice que otra cosa es la utilización que cada uno haga de dicha planta y las propiedades que le quieran asignar, ¡a creer no obliga nadie!

Llegando a Esteiro, pregunto a un señor la razón de tal nombre, ya que lo estoy viendo muchas veces repetido a lo largo del camino coruñés y aplicado a pueblos, playas, etc. y la explicación que me da es que la palabra esteiro significa estuario y, todo aquel pueblo que tenga una desembocadura de río, puede dar ese nombre a lo que allí se encuentre: sea arenal, marisma, playa, punta o lo que se tercie. El esteiro de este Esteiro viene del estuario del Río Maior que desemboca en el mar en la Ensenada de Esteiro. Cuando llego a ver el río, comprobaré que, este río Maior es, en la realidad, un río muy pequeño; al menos en verano ¡habrá que verlo en invierno! ¿Crece? Cuando estoy bajando por el pueblo, veré un cartel o más bien una especie de pancarta-meta en el que se lee: XIX Gran Premio de Carrilanas. Pregunto en una farmacia, entrando detrás de una clienta, y dispuesto a esperar turno y, la farmacéutica, sin atenderle a ella, sale conmigo a la calle para indicarme donde está la exposición de carrilanas y, también, donde está la mejor bollería para desayunar; para ello me indica unos edificios altos, los más altos de Esteiro. Agradezco a la farmacéutica y me despido de ella a la vez que me dirijo a desayunar donde me ha dicho. Algunas carrilanas expuestas, son bastante rústicas y recuerdan al troncomóvil de los Picapiedra pero, la mayoría, son verdaderas joyas de ebanistería, con unas tallas exquisitas. En la bollería, me explicarán que hacen tres tipos de carreras; una es la lenta, con estas carrilanas tan preciosas; otra con otras más veloces y pensadas para correr más y que no importa que se rompan; y la tercera es la de los niños. La oferta de bollería recién hecha es impresionante; hay tanto donde elegir, que me cuesta decidirme: con o sin crema, con almendra, con chocolate, con cabello de ángel, croissants, etc. y más que continuamente irá sacando el pastelero, que creo que es marido de la que atiende. Si llego más tarde, habría tenido muchas más dudas al elegir. Las dos piezas que como están buenísimas (2,50€). Entra una señora cincuentona, de muy buen ver, y la dueña le pregunta por la niña y le echa una “flor” sobre su niña y la señora que acaba de llegar se disculpa “¡qué vamos a decir las madres!” Cuando se va, como me ha parecido que la mujer era mayor como para ser madre de una niña, le pregunto a la dueña y ésta, me explicará que la niña ya es moza. Ahora lo entiendo, aunque actualmente, con las madres de alquiler y la fecundación in vitro, todo pudiera suceder. Esta mujer ya ha vuelto y con ella están cuatro o cinco mujeres de cháchara; comento mi necesidad de zapatero y me confirmará que hay varios en Noia; hablo también con el pastelero y, entre todos me irán dando pistas para saber qué hacer cuando llegue allí: que la empanada de millo de berberechos la puedo encontrar en la zona de detrás de San Martiño y que no deje de visitar Santa María A Nova. Me despido agradecido, por la buena pastelería y por la información. Cuando estoy saliendo del pueblo veo una toalla caida en el borde de la carretera, bajo el muro de un bar en el que arriba hay terraza; para evitarme subir las escaleras, le digo a un cliente que está sentado en la última mesa de la terraza, para que se lo indique al camarero o camarera; es extranjero y no me entiende, así que, sin pensármelo, vuelvo, lo digo en la barra, me lo agradecen y ya saben de quien es la toalla perdida y encontrada. Sigo carretera adelante. He visto un FCM (y no encuentro palabra). Pasan dos ciclistas por el otro arcén y les saludo. Depués otro ciclista pasa por mi lado y me responde: “¿Noia? ¡Le queda mucho!”.

He sacado foto con mejilloneras, con la isla de Creba y,
desde A Ribeira do Freixo sacaré una foto de Noia a lo lejos y el ansiado puente nunca termina de aparecer.


Por fin, a las 13:20h llego al puente sobre el río Tambre y saco una foto para el recuerdo. Antes de entrar en Noia, empiezo a preguntar por el zapatero, para ir adelantando y entrar en el primero, y cuando ya he llegado, dos mujeres me indicarán que, después del semáforo, coja la calle estrecha. Cuando llego delante de la zapatería O Zapateiro, pasadas las 14:00h, el establecimiento ya está cerrado con persiana; en vista de lo cual, entro en el bar que está al lado, bar Ribeiro, y pregunto al que atiende la barra, que tiene alguna dificultad para oír, quizás por las voces de los clientes, pero consigo explicarle, y me responde: “toca en el 1º izquierda”. Voy al portal, toco el timbre y, debo ser tan convincente en mi necesidad de ayuda que, el artesano zapatero que, en ese momento estaba comiendo, deja su comida y baja al portal para atenderme. Me descalzo, ve las sandalias, me indica lo que puede hacer y me pide mi opinión; le respondo que él es el profesional y que él sabrá lo qué hacer; a mi me basta con saber que tienen arreglo. Le doy la posibilidad de recogerlas mañana, por la tarde, a mi regreso de Santiago, puesto que tengo las deportivas para ponerme; y me responde que para las seis de la tarde ya estarán recompuestas. ¡Mucho mejor! Y me despido hasta la tarde. Se queda con las sandalias, él sube para seguir comiendo, yo me calzo las deportivas y entro en el Ribeiro, con la tranquilidad de haber cumplido el objetivo más importante de los últimos días. Quizás fuera buen momento para reflexionar sobre el calzado. Ya dije que fue un error traer calzado cerrado, sabiendo que me desenvuelvo muy bien con sandalias; debiera haber traido dos pares de sandalias, de distinto formato y para alternar; las sandalias que traía ya las llevaba usando un tiempo, no es conveniente salir a caminar con calzado sin usar pues, al inicio, casi siempre surgen rozaduras y, en el camino, cuantas menos rozaduras, mejor. Cuando salí de Irun, me pareció que la suela vibram estaba algo gastada, pero en condiciones de aguantar la caminada, siempre combinando con el otro calzado, pero al ver en la práctica que con las deportivas no andaba demasiado bien, todo el peso recayó sobre las sandalias y, aunque la suela vibram es resistente, no hace milagros y, para tanto tute, dos meses aguantan bien, alternando. Bueno, el caso es que, para cuando en Laxe vi que ya me había “comido” toda la suela del tacón y empezaba a “comerme” el material, ya había hecho más uso del debido. Llegar a Noia y a O Zapateiro fue un respiro. En el bar Ribeiro, tomaré el primer ribeiro en taza de porcelana desde que entré en Galicia el 23 de junio, en mi 29ª etapa, y me sacan cacahuetes para picotear. De la barrica lo sacan a jarra y, ésta, la tienen en cámara frigorífica para que se mantenga fresquito. Está riquísimo y, además, es muy barato (0,40€). Le pregunto al barman si puedo dejar la mochila y me indica detrás de unas cortinas, al fondo. Así que me voy al Zurich a comer la empanada de millo con berberechos. Cuando llego están rondando las 15:00h; pido la empanada y no me entusiasma (luego me dirán que no es la época mejor del berberecho, que cuando más buenos están es por setiembre); cuando me pone la copa de ribeiro, le hago el comentario de la taza de porcelana y la dueña me dice que está prohibido servir el ribeiro a granel y que ya no hay establecimientos que lo sirvan en taza; pero mira, encuentra una y vuelca el contenido de la copa en la taza y así me demuestra que la cantidad que me había sacado en la copa era la misma que la de la taza, ahora llena hasta el ras; y me dirá “¿ve usted?, ¡hasta el borde! La medida exacta.” Llega una pareja a comer y se queda en la terraza. La dueña dice al chico que les ofrezca algo que ya tiene hecho; la pareja pide algo que no entiendo y sardinas; “dile que las sardinas tardan mucho en hacerse”. El chico vuelve con el pedido definitivo y sale ella para ver si les convence para que pidan lo que ella quiere. No sabré el resultado final; pago 4,40€ y, cuando el chaval come y se va a marchar, se acerca y me susurra un lugar en el que puedo tomar el ribeiro en taza. Ha sido curiosa mi estancia en el Zurich. Agradezco la información del mozo, pero ya tengo el lugar deseado en el bar Ribeiro. Más tarde, el monitor de patinaje que me encuentro cuando va a playa con un grupo de sus alumnos, me indica que es mejor la empanada del Alborés y que, además de especializado en berberechos, hace muy bien el bacalao.


















 Después de visitar y fotografiar San Martiño,
 que tiene un atrio espectacular, con sus cruceiros en la plaza,





















y Santa María A Nova, como me indicaron en el desayuno de Esteiro, y que forma parte del cementerio adosado,


me dirijo al primer puente sobre el río Traba en la confluencia con el río San Francisco, para cruzarlo e ir hacia la playa de Testal, la única de mi lista nudista en Noia. En el camino me encuentro con un grupo de niñas, y creo que un niño, que se dirigen también a la playa con su monitor de patinaje, que ya he mencionado; empiezo a hablar con dos niñas de unos 14 años, pero apenas se enrollan, así que hago más caso a Patricia, que está más interesada y es más observadora y, cuando hablo con el monitor, no pierde comba. Van cantando: “Hay un clavo en el palo, en el hoyo, en el fondo de la mar (plas, plas)”; es una canción a la que se va añadiendo en cada estrofa un nuevo vocablo inicial: un sapo, un sombrero, una pluma, una pulga; siendo la estrofa final: “Hay una pulga, en la pluma, del sombrero, del sapo, en un clavo, en el palo, en el hoyo, en el fondo de la mar.” Supongo que habrá incorrecciones que las podrán subsanar los lugareños que la llevan años cantando. Cuando llegamos a una fuente natural (sin tratar), veo que todos beben, así que yo también lleno mi botella de agua fresca. Cuando llegamos a la primera zona de dunas, el grupo se queda allí; me despido y, en especial, del monitor y de Patricia. Sigo adelante, pero ni sombra de nudismo; cuando me canso de andar, pregunto a una pareja que viene de más lejos y me dicen que no hay nadie desnudo más allá; así que allí me quedo. En realidad, mirando en mi aeroguía, me da la impresión de que caminé praia Testal y me pasé, al no ver a ningún nudista, hasta praia Mexilloeira o más. Me desnudo y me baño. Del agua sale Eduardo. La playa es amplia y con mucha alga verde (lechugas de mar enormes) y resbaladiza y de la arena surgen chorritos, probablemente producidos por almejas y berberechos; como toda playa en interior de ría, el fondo resulta algo barroso, poco grato al contacto con los pies y, además, andas y andas y nunca te cubre; mejor dicho, cuanto más andas, te cubre menos. Aunque el acceso es bueno, la playa no la recomiendo ni para nudistas ni para textiles, por las razones expuestas sobre el baño; no está mal para estar tumbado al sol. Me tumbo donde no cubre y, como para nadar no está bien, estaré un rato haciendo la plancha, es decir, en decúbito supino, que es lo mejor que se puede hacer y, cuando salgo a la arena, allí está sentado cerca Eduardo, el galego de Bilbao. Al principio hablamos de playas nudistas y de nudismo en general, y creo que va asimilando lo que le digo, aunque no se desnude y dirá “es bueno saberlo”. Nos daremos otro baño charlando y luego se pondrá a contarme sus crisis depresivas, que va saliendo poco a poco y que Dios le ha ayudado; me enseña los libros que lee (uno de Remar y otro que lee todos los años, pero que no sé de qué iba). Se me está haciendo tarde y me tengo que ir, pues son las seis y el zapatero ya me había prometido las sandalias para esta hora; nos damos un abrazo de despedida y deseo a Eduardo lo mejor en su proceso de curación y que un buen síntoma sería que nos volvamos a ver en alguna otra playa los dos en bolas. A las 18:45h llego a O Zapateiro y ya tiene preparadas las sandalias para que me las lleve. Tienen un aspecto inmejorable y me van a durar hasta que se me rompan definitivamente (no ya por la suela y el tacón, que podrían haber durado años), por la sujeción de cuero, cruzando un riachuelo, entre Tarifa y Algeciras. Le digo que, para mí, es el mejor zapatero de Noia y él me dirá que hay tres. Me cobra 4€ y le doy 5€ y muy agradecido, por su atención fuera de horas, en su tiempo de relajo, dejando de comer por atenderme, por la celeridad y el buen trabajo. ¡Nunca te olvidaré O Zapateiro! Le doy la mano, nos despedimos y entro en el bar Ribeiro. Ahora lo está atendiendo una chica muy amable; le pido una tacita de ribeiro y una tapa de queso de bloque (no es de tetilla), le pago un euro, cojo la mochila de detrás de las cortinas y enfilo para Santiago; todo lo que avance me vendrá bien para restarlo de mañana. Se me ha hecho tarde, y aún quiero coger algo de Eroski. Tanto Eduardo en la playa, como ahora la joven del bar, me han contado que, después de haber cultivado la zona de Testal con siembra de berberecho, debido a una crecida del caudal de agua que recoge el Tambre, hubo que abrir las compuertas y el agua dulce barrió todo lo sembrado, siendo el agua dulce un veneno para los bibalvos; así que se perdió todo el berberecho, con el consiguiente perjuicio económico para la zona y, además, ha habido que volver a sembrar. Esta pérdida supuso una catástrofe, a añadir a la ya producida por el Prestige, aunque tuvo menos apoyo mediático, al ser más local y no peligrar más fauna que la estrictamente afectada, aunque sí lo fue para un pueblo que tiene el 80% de la producción nacional y vive del berberecho. Al ir hacia Eroski, una mujer me dice que podía haber comprado fruta en el pueblo y haber cogido la otra carretera, pues la que voy a coger es muy empinada. Le digo que si así hubiera hecho, no habría tenido ocasión de hablar con ella; pero no la convenzo y, al llegar a Eroski, nos despedimos. El guarda de seguridad me indica la zona de frutería y no me obliga a dejar las mochilas en la entrada. Compro tomate, melocotones, plátanos, almendras y avellanas, por 6,43€ y no consigo que funcione el descuento del 5%. Al salir, lo meto todo en la mochila y se nota el sobrepeso y los hombros lo acusan. Al subir hacia la carretera, se anuncian 34km a Santiago. Casi todo el tiempo es de ascensión y para los 4-6 kilómetros ya estoy hecho polvo.

No veo nada interesante por el camino, pero allí donde pone San Xuxto, asoma una torre desde lo más profundo. Por si lloviese, mi sueño es que la iglesia tenga atrio o tejavana, pero en vano; también hay cementerio y  la indicación de Hospedería Toxos-Outos. Lembranzas do pasado (recuerdos del pasado) pero, al ir bajando, veré que todo está cerrado: cementerio, iglesia, hospedería, otra casita sobre una cueva y la propia cueva que está atestada de detritus; se ve que la usan como cagadero y meadero; si hubiese estado limpia, habría sido el lugar ideal para dormir. Sólo hay otra zona cubierta, pero también está sucia, y tampoco es alternativa. En la zona de abajo y cerca de la regata de agua que baja con bastante fuerza, hay una mesa con dos bancos adosados, muy amplia y firmemente enclavada sobre un suelo de hierba; que será, a la postre, el lugar elegido para mi sueño, bajo un árbol.









Dejo allí la mochila grande y voy ascendiendo el río y me encuentro con una preciosa cascada, donde me podré dar un baño de agua dulce. Saco varias fotos, pero siento que no haya nadie para que me saque alguna a mí; cuando estoy regresando, siendo lugar tan solitario, me sorprende oír voces y aparece la familia de José Bernar Alfonsín, de Milladoiro (Ames) con padre, madre, hija e hijo (o yerno actual o futuro), que vienen con un perrucho. Ellos ya sabían del lugar, pues traen un libro con otras cascadas y me enseñan la de Carnota (que en realidad está en Ézaro), de enorme caudal y que abre dos horas los domingos de estío. Cojo la cámara para que me saquen una foto y me vuelvo a la cascada con idea de baño. Cuando llego, ya se ha bañado en calzoncillos el novio de otra chica oriental, que habían aparecido por allí a la vez; el yerno tiene bañador y, al entrar en el agua, se resbala y cae en una pequeña poza sin consecuencias; el marido, también en bañador, se patina en la poza grande y se golpea el hombro; dirá que no se ha hecho daño. Me desnudo y, con más habilidad que ninguno, me meteré en la cascada tumbado hacia arriba y hacia abajo. La hija me saca una foto y le dejo que se saquen otra ellos, puesto que no han traido cámara, que me den sus señas y, al regreso, yo se la mandaré. Así lo hacen. El padre trata de imitar mis acciones pero con mayor dificultad y es divertido ver cómo sale indemne la oriental. La pareja tiene una digital y les sacaré una foto; pero ellos dirán que ha salido borrosa, dicen que debe ser por falta de pilas. Quizás sea por la hora del día, pues ya está declinando el sol, y la zona está escondida y es umbría. De hecho, ninguna de las dos fotos que hicieron salió y, ni siquiera, saltó el flash. Les tendré que escribir diciendo lo acontecido, les mandé una de las fotos de la cascada, que había sacado yo antes, pero nunca me contestaron; así que no sé si la recibieron o no. Se marchan todos; la madre de familia teme por mi vida ¿te vas a quedar a dormir ahí, solo? No lo concive. A lo largo de la mañana he visto en la tele algo del chupinazo con palabras de Aralar (según dicen, erróneas) y las de la alcaldesa (según dicen, correctas). Una vez metido en el saco, sobre la mesa, ceno un melocotón, un plátano y frutos secos.
Resumiendo el día se puede decir que lo más urgente se cumplió: arreglar las sandalias; la buena disposición de O Zapateiro, al que estaré eternamente agradecido; la atención del bar Ribeiro; también ha estado bien la reducción de los kilómetros por el puente sobre el Tambre, tras hacerme a la idea de que habían más; Noia me ha gustado con bastantes edificios nobles, como el concello, las iglesias y los cruceiros; bonito paseo hacia la playa Testal con el grupo de patinadores y el encuentro con Eduardo y su depre en fase de curación ¿un nudista en ciernes? Me decepcionó la empanada de millo con berberechos. Para final del día, ha sido interesante San Xusto y la sorpresa de su cascada.

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