viernes, 27 de mayo de 2011

viajedejavi. Etapa 49: Bascuas (Ons) Sanxenxo.

49ª Etapa. 13 de julio de 2006. Jueves.
Praia de Bascuas, Portonovo, Illa de Ons, praia de Melide, Portonovo, Sanxenxo.

Me despierto. La marea sigue subiendo, pero menos que ayer. Me doy un baño rápido a las 7:00h y me ducho en el chorro. Aparece un chico que fuma y pasea por la playa. Paseo con él, mientras me seca el aire y no deja de mirarme el pito, con poco disimulo. Cuando estoy volviendo hacia mi sitio, él se va. Me visto y preparo el equipo. Salgo hacia Portonovo, que ya está cerca; dicen que a 2 o 3 km pero yo creo que habrá algo más. Allí cogeré el barco para la illa de Ons; dos chicas que van a recoger algas y la basura de la playa, me lo dirán. ¡Bascuas es una playa limpia! Llego a Portonovo, pero sin ver anuncio de entrada en el pueblo. Me cercioro de que ya estoy donde quería, y un hombre me orienta hacia a lonxa, a donde llego con ayuda de otro chico. La taquilla está cerrada y, mientras, desayuno en A Lonxa: descafeinado y croissant (1,90€), en mesita para dos y charlo con Xosé de María que me dice que le gusta mi viaje y que me voy a enamorar de Ons. He encontrado 50 céntimos, para la hucha de Julen y Lander, mis nietos, ¡cuánto os quiero! Cago, cojo agua y voy por el billete. No puedo quedarme a pernoctar, así que saco también billete para volver en el último barco de la tarde, que será a las 19:30h. Me dan un folleto para hacer recorridos por la isla. El primer barco saldrá a las 10:15h y se llama Delfín II y lo hará del final del muelle. Como llega tarde, no saldremos hasta las 10:25h y se quedan en tierra unos que esperaban la llegada de alguno más. Ida y vuelta me ha costado 12€. Me coloco en zona intermedia, a la izquierda, para que me dé el aire marino y para ver la isla al llegar, intuyendo que lo hará por ese lado; no será la mejor estrategia, puesto que también quiero ver Bascuas, la playa donde he dormido, desde el mar. Dos familias se han colocado en la zona más ruidosa, la de los motores, y una de las madres se coloca dos filas por delante de mí y llama: “¡Nerea, Lander!” Son dos hermanas de Pamplona, con sus maridos e hijos, que van a pasar el día y con los que después volveré. Uno de los maridos ha hecho el Camino de Santiago en bicicleta y, al regreso por la tarde, le llamará un amigo al móvil, que también lo quiere hacer y pidiéndole orientación, cosas a llevar, peso, etc.


 Mirando el folleto y enfilando a la isla teniendo el puerto de frente, ya sitúo dónde está la playa de Melide, la de mi lista de nudistas y donde pasaré gran parte de la jornada y voy diseñando el plan del día. Atracamos, y bajo el segundo, tras un niño, y me dirijo hacia el pueblo, que lo forman unas poquitas casas, donde están los restaurantes y tiendas. Veo la indicación Melide y para allá voy. Encuentro por el camino a dos hombres y una mujer, que van a colocar un motor en una instalación para bombear agua; les digo que cuando terminen se podrán dar un baño en la playa. En la última parte, antes de Melide, han hecho camino nuevo y es de un polvo negro que vuela en cuanto lo pisas; espero que cuando se moje y se asiente quede mejor. Bajo a la playa en la que sólo veo tres parejas, supongo que habitan en la isla o han venido en nave particular y me dirijo hacia el fondo; allí hay tres chicos con jaima improvisada, que también van a pasar todo el día. Dejo la mochila y me doy un baño; cuando salgo del agua les digo mi plan: hacer uno o los dos recorridos que hay por la isla y, al regreso, comprar un bocadillo en el bar. Me piden un favor: que les traiga pan porque, cuando han salido del camping, todavía no había llegado el barco con las provisiones del día; a cambio, ellos me cuidarán mi equipaje. Miguel, el hermano mayor de Luis, que no se parecen físicamente en nada, y Juan, que es amigo, me dirá que el recorrido lo podré hacer en una hora ¡Sí, sí, una hora! Sin vestirme, inicio el camino con la mochila pequeña, pero me pondré la camiseta para que no se me rocen los hombros. Así iré hasta el faro, pero, una vez pasado, ya veo gente a lo lejos y me tendré que poner el pantalón.


Finalmente haré una fusión de los dos recorridos; los caminos están muy bien conservados y rodeados de otea (argoma) y helechos. Hay accesos a rocas, pero yo continúo en la vía principal. Me cruzaré con los pamplonicas adultos, que han dejado a los niños en la playa.


 Cuando estoy en la ensenada más atlántica, la de Caniveliñas, me topo con una cuadrilla de chavales con sus monitores, que están en campamento organizado por la Xunta. Hablo con los monitores de cola: están por un par de semanas, les organizan recorridos y, en general, se lo pasan bien. Hacia la punta de Beixeral, me encuentro con la pareja que en el puerto he ofrecido sacarles foto; antes me han rechazado, pero ahora lo aceptan.


Llego al Buraco do Inferno (ya sabéis que el infierno ya no existe; sólo servía para asustarnos cuando niños y adolescentes), donde hay tres que, como yo, queremos ver el fondo del agujero; será en vano. Una pareja hippy (ella con atuendo de colombina saltimbanqui), está sentada en la cruz de ¿madera?; suben y hablamos. Él tira una piedra por dentro del buraco y me dicen que los días en que el mar está bravo, se le oye bramar a través de la chimenea: “son los alaridos de las ánimas en pena”, me dirán. ¡Menos mal que maduré! Hacemos una mala imitación  de gritos penosos y nos reímos.

De nuevo en el paseo, un chico imitará la risa de una gaviota reidora; me asomaré al mirador de Fodorentos, el lugar desde donde se ve muy bien y más cerca la Illa de Onza, cruzándome con otro grupo del campamento de la Xunta. El tercer grupo de acampada que encuentre será de niños y niñas con síndrome de Down y otros tipos de deficiencia; están hechos polvo. El camino me lleva hacia el interior y acorto por el campamento, pero luego me costará salir hacia las playas del sureste. Cuando me acerco, observo que el acceso al agua tiene muchas rocas, sobre todo en marea baja ¡Cuánto mejor esta Melide! Antes, cuando me he asomado a la ensenada de Fodorentos, también se veía una mínima cala de arena con algún solitario, o solitaria, caprichoso; sobre todo, por el difícil acceso. Llego al pueblo y entro en la tienda y compro: pan para los de Pontevedra; un panecillo para mí, una lata de espárragos y otra de paté La Piara y mi primera botella de agua del camino, de Mondariz 1 y ½ litro. Y pago 5,50€. Cuando llegue no les cobraré el pan; favor por favor. Vuelvo a hacer el camino que he hecho por la mañana, ahora sin mochila, pero con comida que, a pesar del agua, siempre será menos peso. Una pareja se ha parado en la sombra y vamos juntos hasta la playa. Al contarles mi camino se sienten ridículos por llegar tan cansados viniendo sólo desde el camping a la playa. Antes me había encontrado con una chica con la falda del vestido subida, para aligerar el calor, pero enseñando las bragas; en cuanto me ve, se lo estira; me dirá que la playa se ha llenado de textiles. En cuanto llego a la playa, dejo la comida y me doy un baño; la pareja se instala y yo cojo la comida y me voy donde tengo mi mochila y están los tres de Pontevedra. Saludo de lejos, pero no me responden.

Las tres Gracias.
Ha subido la marea y las rocas no me dejan pasar, así que tengo que hacerlo por arriba y, al pasar por allí, saludo a tres chicas que han instalado su jaima allí, casi a la altura de la de ellos; y yo en medio. Son Cristina, de Barcelona y Rosa y Lourdes, de Palma de Mallorca y que también están en el mismo camping que ellos. El día está caluroso y el sol casca; el agua está fría, muy apetecible, y me baño a menudo. Miguel encuentra un aparejo de pesca y lo instala, pero luego se le romperá; tiene psoriasis y le han dicho que lo mejor es el sol y los baños de mar. Juan tiene novia, pero ella no hace nunca nudismo, por tanto, él también lo practica poco; todos tienen la marca del bañador, así que aquí están desnudos como excepción; el que menos marca tiene es Miguel. A las tres chicas también se les nota la marca del bikini, así que también son nudistas accidentales. Con la primera que hablo en el agua es con Cristina y le cuento algo de mi viaje y luego me dirá que hace dos inviernos su madre también estuvo en el desierto argelino, pero con más gente que yo. Ella le anima a hacer algo parecido. En otra entrada al agua, hablaré con Lourdes; después con ella y Rosa en la orilla. Se quedan como tontas escuchando mis historias ¡me siento un encantador de serpientes! O, mejor, como un cuentacuentista ante auditorio infantil ¡qué más quisiera! Cuando ya se van a preparar para marchar, me sentaré un rato con ellas para seguir charlando. También los chicos se van a marchar; a Luis le parece demasiado tiempo al sol; se le ha puesto algo colorada la espalda; y me despido también de ellos y Lourdes se acerca a mí y me regala un monederito de plástico con viñetas de Mafalda, Guille y sus amigos, cosido por ella. “¡Me has caído muy bien!”, me dice, y me emociono.


Son las 18:45h. Me he quedado solo. La pareja , con quienes llegué la segunda vez, se ha instalado cerca de donde estoy, porque el agua les ha obligado a abandonar la primera zona. Aquí también ha llegado el mar a donde tenía el pareo. Mi agua ha estado protegida del sol en la jaima, hasta que se acabó. Antes de echar el último trago, hago el experimento de enterrarla en la arena, en la orilla, donde rompe la ola; pero, como está prácticamente vacía, enseguida flota y se la lleva el mar; así que me la termino, me preparo y me voy. El camino de regreso lo hago muy lentamente, voy con tiempo suficiente, y dejo que una cuadrilla se aleje pues, con sus chancletas y mala forma de pisar, van levantando polvo y embadurnándose de negro sus pies.

Volveré a coincidir en el mismo lugar con los trabajadores de la mañana, que han trabajado bien durante el día, pero no han podido terminar la tarea. Ellos vuelven de regreso a Bueu, así que, creo, no iremos en el mismo barco; al llegar a los bares, la mujer me invita. Uno de sus compañeros se sorprende con mi viaje ¡él, que no anda nada! Compro más agua, y he coincidido con la pareja del Buraco: ella lleva una mochila pequeña y la tienda y él un mochilón repleto, con la ropa de ambos y botellas de vino que les sobró de una fiesta. En el barco iré charlando con los de Pamplona. El más moreno tiene interés en que le diga qué es lo más interesante que he visto, ya que tiene intención de seguir las vacaciones por la zona de Foz. Le cuento mi paso por Cariño, cabo Ortegal y San Andrés de Teixido; la playa de las Catedrales, etc., hasta que le llaman al móvil y se acaba el tema (siempre, y en todas partes, se da prioridad al ausente). Me despido de los adultos en el puerto y la pareja hippy buscan autobús para volver ¿A dónde? No he querido seguir en el barco hasta Sanxenxo (el billete costaba lo mismo), para que no me quedara Portonovo-Sanxenxo sin recorrer a pie. Me meto por un camino playero de madera y que sale a un camino que, intuyo, rodea un peñasco que sale al mar, pero me equivoco y me encuentro sin salida. Uno me dice que por un hueco la gente baja a la playa; en realidad, será bajada a las rocas y, por ellas, me dirijo y con gran pericia, me voy volviendo experto, voy soslayando las dificultades ¿Habrá, al final, un río? No. Por suerte, no. Sólo en el último tramo me veré obligado a descalzarme y bajar a la playa en zona que me cubre hasta las rodillas y llego a la orilla sin que me salpique el agua de las olitas finales. Una señora con su nieto asturiano y un marido que me orienta para Información. Son las 21:00h. Estará cerrado. Miro algo para quedarme bajo techo. No veo oferta de restaurante más habitación. En el primer hotel me piden 40€, en el segundo 31€ y allí me quedo. Se trata del Hotel La Terraza que, como me tiene que hacer factura con 7% de I.V.A. no ajusta bien (28,97+2,02=30,99) y pago con Visa. Me sellan la credencial: Hotel La Terraza. Sanxenxo-Pontevedra 986720013 y con fecha 13.07.06. Pago, me ducho y afeito y salgo a cenar. Voy al primer hotel y ceno pulpo y mejillones con jarrita de ribeiro; ha sido flojito y caro, pero me he quitado el capricho (15€). Hablo con el camarero, que se casó mayor (40) y tiene una niña de dos años, que consigue todo lo que quiere de él. Nunca hubiera creído que fuera la mejor experiencia de su vida, y por que se empeñó su mujer. La mayor preocupación que tiene es la inseguridad de empleo. Le pago y me voy. He dejado cargando el móvil en la habitación. Hace calor allí por el sistema de miradores, pero me viene muy bien para secar la ropa que antes he lavado. Antes de cenar he hablado con Vera y le he dicho lo de la factura de la ventana; le cuento la aventura de las almejas en Boiro, a ella también le encantan crudas; no le puedo recomendar todavía zona para vacaciones en Galicia. Después de Ons, Sanxenxo me parece un barullo. He puesto el ventilador en segunda velocidad.
Resumiendo el día: el paseo por Ons y la estancia en la playa de Melide, que considero muy recomendable para los practicantes de nudismo, ha sido lo mejor del día.

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