50ª Etapa. 14 de julio de 2006. Viernes.
Sanxenxo, Raxó, Combarro, Poio, Campelo, Pontevedra.
De madrugada, quito el ventilador, orino y me vuelvo a dormir. He descansado bien y no me despierto hasta las 7:00h. Me ducho, preparo y salgo para las 7:30h. Los desayunos empezarán a las 8:30h, así que salgo parsimoniosamente, todavía añorando la tranquilidad de la isla de Ons. En verdad que me enamoré de ella. Hoy día de sol entre nubes.
Me asomo a la playa de Silgar y veo a una pareja, él entrando en el agua. No parecen bañistas madrugadores, sino los últimos noctámbulos ¡no les vendrá mal un baño para despejar los efluvios alcohólicos de la noche! Dentro de Sanxenxo, no hay continuidad de paseo marítimo; éste se acabó entre playa Silgar y puerto y, ahora, aparece y desaparece ¡qué lástima!, ¡cómo han estropeado aquel Sanjenjo que yo conocí de chaval! Imposible localizar la zona donde estaba el camping donde acampamos, ni aquellas duchas naturales en la montaña que bajaba al mar, donde los lugareños se duchaban en bolas, sin ningún pudor y, donde yo también lo hice; quizás mi primera experiencia aislada de nudismo. La calidad de los lugares se ha ido perdiendo, a medida que se han ido volviendo más turísticos. Los municipios, en su afán especulativo, no han sabido crecer de forma racional, hacia el interior, preservando lo más bello de los pueblos costeros, su entorno próximo al mar.
Paso por encima de una playa que están haciendo nueva, o la están regenerando; pareciera que han echado arena nueva ¿porque la que había se la llevó el mar? No puedo afirmarlo, pero aseguraría que era playa Pomadeiro. ¡Adiós Sanxenxo! Paso por más playas, pero las veo desde la carretera, por donde voy charlando con un matrimonio de Bilbao, aunque ella parece sudamericana, que están buscando playa para pasar la mañana; en un momento dado, debido a que vamos hablando, se dan cuenta de que se han pasado de lugar, pues no les aparece la entrada que buscaban, y nos despedimos;
y llego al mirador de A Granxa, con una bonita vista de las barquitas varadas en Raxó, reflejos en el mar y, al fondo, la isla de Tambo. Bajo hacia el puerto y encuentro un lugar en la playa con bollería del día; me sacan un café con leche pequeño ¡lástima! Y como una ensaimada, con la mitad espolvoreada con azúcar glass y la otra bañada en chocolate y un pastel de manzana; y no empapo, como a mí me gusta, porque se lo bebería todo la bollería. Pago 2,90€, escribo diario, cago, cojo agua y me voy pasadas las 11:30h. Era el Acuña. ¡Muy bien! El cielo que se había vuelto azul, lo voy dejando atrás y llevo por encima una nube negra que, después, de cuando en cuando, me rociará con algunas gotas, casi imperceptibles, casi agradables, como para pensar que no importa que caiga alguna más.
Salgo andando por carretera próxima al mar y entro a Combarro por el puerto, sin acabar de reconocerlo. En Información me atiende una chica muy agradable y guapa. Me invita a asomarme al balcón de la casita preciosa en que está instalada la oficina. Le cuento el viaje que estoy haciendo y le encanta. Sigo entre tiendas y hórreos ¿es posible que estas tiendas ya estuvieran en tiempos en que ya los hórreos habían sido declarados monumento a conservar?
Cuando realmente reconozco el pueblo es cuando bajo a la arena y veo, desde allí, el conjunto monumental de hórreos, que sigue siendo magnífico. En el fondo, al borde del mar, en ría de Pontevedra ya muy interior, los mariscadores mariscan marisco; sacaré fotos.
También están controlando el que ya ha sido seleccionado por los que han acabado la tarea y se comprueba que no se hayan pasado de la cantidad autorizada y el peso asignado a cada uno. Subo hacia interior y entro en carretera, por escapar de la zona más turística y veo anuncio de menú en un bar: mexillones, sardinas pequeñas y una jarrita de ribeiro. Llevan el restaurante entre una hermana y un hermano y ella atiende la barra y la terraza. Este año está mas flojo de clientes y espera que se anime las dos semanas siguientes; en los últimos años, la primera semana de setiembre también suele estar animado y la están considerando como temporada alta. Los mexillones a la vinagreta, unos, y al vapor, otros, están muy ricos y las sardinillas, bien fritas por fuera, pero por dentro muy jugosas. Es el O Xeito y pago 8,60€. Recomendable, aunque el lugar, próximo a carretera, no sea muy atractivo. Según me voy acercando a Poio hay imagen bonita pero muy lejana, así que no saco foto esperando a estar más cerca pero, de cerca, ya no tiene gracia.
A pesar de que me tengo que desviar de la carretera, me acerco al mosteiro, que está junto al Concello y donde no quedan más que las mujeres de la limpieza. Como el Monasterio no lo abren hasta las 16:30h y son las 15:15h, leo: “convento de S. Juan de Poio” de los mercedarios y me voy. Cuando he salido de Combarro, el sol ya ha empezado a apretar y, con calor, busco playa. No sé si la del bar o la chica de información, me ha dicho que Campelo es la mejor playa de la zona, aunque esté en interior de ría, y a la que suele ir. A la entrada del puerto, una chica me dirá que la mejor es la segunda playa.
Cuando llego a la parte de arriba, en lo alto y desde donde ya se ve la playa de Cabeceira, una mujer sentada en un banco lee a Verne: La vuelta al mundo en 80 días, y nos ponemos a hablar, y le cuento mi viaje y compartimos la dificultad que tiene para hacerlo una mujer sola. Cuando bajo hacia la playa me encuentro con Borja, el socorrista; éste es su primer día en la playa y está solo, esperando a un compañero. Le digo que me voy a bañar en bolas y no me pone pega alguna. Le cuento lo que me pasó en A Lanzada y me responderá: “¡esos son los de O Grove!” Compartimos bastantes ideas, tenemos opiniones comunes y me bañaré en la zona más sur, cerca de las rocas, pero con buena entrada al mar y me secaré paseando al sol. Aprieta el calor, pero con la perspectiva del albergue en la capital, se sobrelleva mejor.
Pregunto a un señor, que está parado en su coche, cuántos kilómetros faltan y se ve que tiene problemas auditivos, así que insisto “¡cuántos!” y me dice que coja la carretera de la izquierda, que la otra me lleva a la autopista y que, si no, me llevaba. Le habría agradecido, pero no me habría montado. Cuando voy hacia el puente con tejavana, pasan dos chavales en bici; me parece que hablan en catalán y les pregunto si son catalanes, pero me responden que son galegos. ¿Qué razones idiomáticas habrá para que, a veces, según en qué giros, me confundan el gallego y el catalán? Los ciclistas me preguntan de donde vengo y me acompañan andando hasta el puente. De allí, preguntando, preguntando, llegaré hasta la estación del ferrocarril, que es la mejor referencia para llegar al albergue; el último tramo lo hago con un grupo de chavales que van a celebrar el cumpleaños de uno de ellos, viendo una película de terror en los multicines de la estación. Me despido de ellos y, por la derecha de la estación, llego al albergue. Me abre un señor y me recibe la hospitalera, quien, tras mis explicaciones, lo único que me pide es la credencial; requisito único para pernoctar. Me enseña las instalaciones: baños, lavadora, secadora, tendedero, cocina (donde casi todo funciona con fichas y tiempo) y el comedor. Por la noche escribiré en el libro del peregrino. Me recomienda un sitio cercano para cenar. Me instalo en la cama que ella me asigna. Hay un grupo de Zaragoza, con un sacerdote y monitores; los chavales tienen entre 13 y 16 años y vienen desde Tui, así que, supongo, ayer dormirían en Redondela. Cuando me instalo, los chavales no están allí; luego les veré por el casco antiguo. Los que sí están son los caminantes en coche. Me explico: se trata de un matrimonio, él inglés, ella portuguesa (aunque sus rasgos son algo asiáticos) y su niña, que es la única de los tres que está haciendo el camino a pie, puesto que los padres alternan la conducción, unos ratos él conduce el car y ella va con la niña andando y otras ella conduce el carro y él es el que camina con su hija. Es una forma especial de hacer el camino portugués, lógica, en su caso, pero que debiera recibir media credencial para cada adulto y entera para la niña, que es la auténtica peregrina. No me voy a poner restrictivo ya que hay otros que no andan más que los últimos metros anteriores y, encima, se llevan los mejores sitios en los albergues (esto suele ocurrir especialmente en el camino francés, según me contaron). Al principio, he tomado a la niña por niño y, cuando se descalza, tiene los pies en perfecto estado. También, al irnos a acostar, me parecerá que la portuguesa, más que mujer, parece criada. ¿Pura intuición? o ¿simple observación de comportamientos? Podría ser que la hija fuera sólo de ella o el inglés ¿ejerce su rol machista? Como no lo pregunté, podría hacer mil conjeturas y ninguna ser cierta. He pagado 3€ por dormir, y es voluntario y me han sellado la credencial: Amigos do Camiño Portugués. Pontevedra (escrito en el abanico de la concha de vieira y con el santo peregrino) c/Otero Pedrayo s/n. 36003 Pontevedra.
De aquí a Santiago hay 57 km. Cuando he salido del albergue, que está muy bien en instalación y servicios, pero que, al ser edificio reciente, no han sabido conseguir que el dormitorio esté fresco. Es de madera y cristal al exterior y las cortinas no aíslan del calor de afuera que, en días de sol como el de hoy, da de pleno. Lo primero que hago es gestionar en el restaurante Los Peregrinos, que me cobrarán 6€+1€ que dejaré de propina y a los que digo que volveré a las 20:00h a cenar.
Voy a ver la parte antigua de la capital; iglesias y una plaza principalmente: La Capilla de la Peregrina,
iglesia de Santa María,
otra derruida, el Concello, otros edificios recios y una plaza. En el teatro Principal hacen un homenaje a un personaje querido de la ciudad: John Balan, vinculado también con Marín; hay cola y un chico, que espera a sus amigos, charla conmigo de mi viaje y de Balan, hasta que los otros llegan.
También he visto a los de Zaragoza y vuelvo al bar de Los Peregrinos, prácticamente deshaciendo el camino. Me tardan en servir y la camarera, venezolana, me obsequia con tapita de chipironcitos en su tinta, ¡qué rica! La cena también, y resultará excesiva: xoubas y jurelitos y carne guisada con patatas y jarrita de Ribeiro. La venezolana sabe tratar con los clientes; a uno le dice: “tengo suegro y no conozco al novio”. Se ve que él es casado, pero que alguna vez le echó los tejos. Otra de las camareras es de Irun, pero está atenta a su trabajo y hablamos poco. Ha estado en sanmarciales. Ya en el albergue, los chavales juegan a un juego de manos eliminatorio. También se celebra una reunión de hospitaleros y me invitan a escribir en su libro. Conversaciones con los chavales. Me ducho, de nuevo, y me voy a dormir. Hace calor. Salgo del saco. Me ducharé de madrugada con agua fría. No hay forma de que salga del dormitorio el calor acumulado.
Resumiendo el día, lo mejor el bañito en playa de Cabeceira y el paseíto por Pontevedra capital y la excesiva y buena cena. Los encuentros sencillos y gratos. Lo peor ha sido el calor desde Cabeceira hasta el albergue y, sobre todo, el calor interior del albergue. Hoy ninguna playa nudista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario