viernes, 27 de mayo de 2011

viajedejavi. Etapa 59: Mougas (Cíes) Baiona.

59ª Etapa. 23 de julio de 2006. Domingo.
Mougas, Baiona, Illas Cíes, Baiona.

Pensaba levantarme antes y llegar con tiempo a Baiona para coger el barco de las 10:00h, pero he dejado que el cuerpo se despierte por su cuenta. Me preparo y bajo a desayunar (1,90€) y no recuerdo lo que desayuné en el Soremma (¿Emma la monja?). El diario lo escribiré hoy, en vez de después de desayunar, en la playa nudista ya conocida de las Cíes, en la illa de Monteagudo o do Norte. La carretera, poco transitada, y el fresco de la mañana, harán que antes de las 10:00h ya haya llegado a Baiona. Una mirada a la virgen de la Roca, al pasar, y otra a la muralla del castillo, que es el recuerdo más nítido que tengo del Baiona de otros tiempos. Hago cola, saco el billete para las Cíes (16,50€ ida y vuelta) me ha tocado el nº 02837, seguro que lleva premio, y busco wc; el primero que encuentro, está cerrado; “es normal, se trata de un servicio municipal”, me dirá un empleado que extiende las hamacas en la playa. “Mira en la otra playa”. Voy y, el de allí, está abierto. Cago y, cuando salgo, dos señoras comentan sobre tartas y manzanas; una es española y ¿la otra?; cuando le menciono la strudel alemana, me dirá que es francesa, nacida en París; se trata de Michele Lescure, pintora y escultora en activo; premio nacional de escultura en 1971; estudió en la Escuela de Bellas Artes de París y recibe pensión de la Casa Velazquez de Madrid. Exposiciones desde 1963, así que, se puede deducir, es veterana. Aunque su domicilio lo tiene en Madrid, está de vacaciones en Baiona. Se casó con un valenciano, tiene un hijo madrileño. Se encuentra con su casero y le dice que quiere prolongar su estancia a todo el mes de setiembre. Acada de coger un apunte rápido, de algo que quiere pintar al óleo; me gusta; es un hórreo dentro de un paisaje y, cuando lo vaya a pintar, corregirá, desarrollará e irá a ver el original, cuantas veces necesite y quiera. Michele es una mujer muy interesante y se suele bañar desnuda en la playa en horas tempranas: “Me encanta el contacto del agua con mi cuerpo”, me dirá. Me despido de ella y voy al barco y hago cola para embarcar. La cola está en silencio, la gente todavía está adormilada. Ya dentro del barco, subo a la zona más alta permitida y me siento junto a mujer con niños; luego vendrá el padre y cogerá al niño hiperactivo, al que niega lo que considera tiene que negar; se maravillan de mis casi sesenta días caminando.

Sube otra familia y, llegando, fotografío a Illa do Sur o San Martiño, que es la primera de las Cíes y que no visitaré. Llegamos; en el bar compro dos bocatas y no compro agua porque sólo tienen botellín; me arreglaré con la que llevo, con el método del legionario. Paso la primera playa y me dirijo hacia el Victor franquista que, todavía continua en pie, aunque desmochado y sin los signos de victoria y, en vez de por el camino, trato de llegar a la praia das Figueiras por las rocas. Estoy en terreno “gaviota” y me chillan las reidoras: “¡estás en nuestro terreno!”, gritarán agresivas, sobrevolando mi cabeza y yo muy atento y protegido por la visera. Ya en la playa, me instalo en su zona norte, con el pinar detrás y se está muy bien en esta illa do Monteagudo o do Norte; me baño varias veces y rompo el tubo de crema protectora para apurarlo, la usé al principio del viaje y algún día en que estuve expuesto mucho tiempo a los rayos solares; aunque ya estoy muy curtido, hoy me protejo porque voy a estar en playa casi toda la jornada. Paseo hacia las rocas, hasta donde éstas ya no me dejan continuar. Aviones de acrobacia emboban al personal y yo los miro de soslayo, ¿quizás porque un avión pequeño, que cayó en los años cincuenta, en San Javier (Murcia), que visitaré, cambió mi vida? (Cuando escribo esto, al día siguiente, me entero que uno de los helicópteros de la exhibición aérea cayó al mar, sin desgracias personales). Enfrente están Melide, Home; y el cabo oculta Barra y Viñó; lugares en los que estuve tan a gusto. Hacia el otro lado, Vigo y la isla de los ricos (las playas quedan lejanas y no se distinguen).







Cuatro chicas, dos cubanas y dos autóctonas, con las que charlo, me sacan foto (¿por qué dos casi iguales?) remendando o zurciendo mi pareo, que ya está impresentable, lleno de grandes agujeros, que dan ganas de que me regalen otro.
La que duplica las fotos no parece sea espástica.

 Más baños; como bocata de queso y voy al bar de la otra playa a beber una cerveza; primero he subido a la pineda y un camino bastante bueno, pero luego me bajará al oficial de acceso entre playas y, como es muy arenoso, se camina mal, pues se hunden los pies. Me he puesto el pantalón, que se me sujeta mal a la cintura, pues he perdido muchos kilos (comprobaré al regreso a casa la pérdida: 7,5 kilos). La cerveza es Estrella de Galicia a precio único y caerá otra (2+2) y los bocatas (3+3). En total gastaré 10€. He preferido pagar las dos cervezas que comprar agua a precio de oro.
 
Al regreso, me quedo hablando con los de información y pregunto en relación al Victor; me dirán: “lo desmocharon para que perdiera el valor monumental, símbolo del franquismo y lo repintaron pero, acercándose, todavía se vislumbran los signos de la grafía del Victor”; no me acercaré de nuevo y me dirán que en setiembre desaparecerá definitivamente ¡A ver si es verdad y cuando vuelva ha desaparecido!












Les hablo de mi viaje y “flipan en colores”; 
están organizando un paseo guiado de corta duración; algunos van hasta el faro; ponen mucho interés en captar participantes; también recogen respuestas a encuesta personal; a mí no me preguntan. Atienden al público, dan folletos; me despido y regreso a mi playa de las Figueiras, esta vez por el camino elevado y aspirando el aroma de los eucaliptos, que hacen de la playa una belleza pero que, al caer la tarde, la van dejando en sombra. Me sitúo junto a mi mochila que allí se había quedado todo el tiempo, sin vigilancia; como mi bocata de chorizo. Las cubano-galegas ya se han ido; saco fotos del Victor entre árboles. Una pareja de jovencitos, me piden que les saque con su cámara foto de ellos desnudos con fondo de cabo Home. Lo hago y agradecen.


Me visto y con las mochilas me voy hacia el bar por el camino y me tomo la segunda cerveza; un hombre, sentado en la barra, admira la que, según él, es la mejor playa de la isla: praia das Rodas, que está en la illa do Medio o do Faro que, en realidad, no es isla aislada de la de Monteagudo, puesto que la playa de las Rodas las comunica pero, me supongo, con las mareas vivas y altas, esta playa desaparecerá a veces y dejará dos islas bien diferenciadas –ya lo están por el lado oeste, con un pequeño estrecho que lleva agua de mar al lago central.

Una pasarela de piedra y cemento completa la unión entre las islas y será el camino que permite llegar al camping; acaba de llegar un barco con unos pocos campistas.


 Me asomo al estrecho y saco foto a mar con rompientes olas, llegando al punto en que está prohibido continuar.

Me quedo mirando y fotografiando en el lago, sobre la pasarela, a los mujoles y sargos que nadan tranquilos y que, parece, esperan comida y entonces llega Gonzalo, un guarda de seguridad, que me dirá que ellos saben o intuyen, cuándo llega alguien interesante a la isla. De haber contactado con él antes, me hubiera dejado su tienda y hubiera pasado la inicialmente prevista semana de relax en la isla y hubiéramos tenido más tiempo para charlar. Gonzalo me dirá que los peces son mujoles y sargos; le comento que en Alicante, a los mujoles les llaman lisas; dice que son carroñeros pero que, en aguas limpias, son muy sabrosos. Me corrobora lo molestas que están las gaviotas, con la llegada de tanta gente y que a él también le han atacado (aunque no como en “Los pájaros” de Hitchcock), pero que no lo hacen con el pico, sino con una pata. Gonzalo me acompaña hasta el barco y allí me despido de él. Al pasar, he saludado a las azafatas. Así como la playa en que he estado, la recomiendo sin ninguna duda, mixta, como todas las playas de España, pero más nudista que textil; no podré decir nada de la de San Martiño, en la isla de San Martiño, ya que no la vi y, al pasar con el barco, ya nos queda algo lejos para poder apreciar su idoneidad. Subo triste al barco, por el adiós a las Islas Cíes, porque mañana, con el tramo Baiona-A Ramallosa, mi viaje se acaba y porque estoy dispuesto a permitirme que la tristeza fluya en mí y me impregne.


Permanezco en pie mirando la estela que va dejando el barco y hasta que toda la isla me entra en el campo de visión no saco la foto (sólo me quedarán dos para Baiona). Descargo la mochila y voy mirando hacia delante. He visto bien las playas de Barra y Viñó y he dejado fluir mis lágrimas. Llegando a Baiona, hablo con un chico que estaba en la playa, quizá uno de los que encaja mejor dentro de los cánones de belleza griega ¡parece que se sabe guapo! Va sólo con la toalla y parece cómodo y despreocupado; me despido de él. También en la playa había dos adultos homosexuales que se toquitean en el agua y en la arena, sin gran aparotosidad. Atracamos en Baiona, desembarco y voy en busca de cama. En el primer hotelucho me piden 80€ y en la pensión, sin baño en la habitación, me pedirán 20€; me conviene y acepto; se trata del Hospedaje Quin en Ventura Misa, 27 36300 Baiona. 986355695, donde me sellarán la credencial. Será el último sello; está en segunda línea de costa, en la zona del embarcadero, pero la habitación es rara. Me baño en la bañera, con agua caliente y luego me enjabono y ducho con fría.

He sacado foto a las murallas del castillo al atracar el barco y me voy a fotografiar
 la Virgen de la Roca; tiene un buen acceso y la gente se asoma por la barca, que es una especie de balconcillo, que lleva en su mano derecha, de donde sacan fotos y observan el panorama. Cuesta un euro, hay mucha cola, la última subida es a las 21:00 y son las 21:30h y la gente continuará subiendo ¿hasta qué hora? Nadie me habla del cruceiro con baldaquino, uno de los pocos de la zona, y que veré el año próximo. Como se ve, este viaje se va construyendo con la información que recibo de la gente.  Cuando he llegado de las Cíes, un camarero oferta su restaurante. Para a los de delante y a mí se limita a mirarme y, al ver mis pintas de mochilero sin un duro, no me oferta nada (¡qué forma de perder un cliente potencial!) Luego, ya lavado y sin mochila, si me ofrece sus productos, pero ahora seré yo quien no quiere y se mosquea cuando le digo la razón. Bajo y paso por el restaurante Rías Baixas donde, al pasar, he visto anuncio de mariscada para dos personas por 26€ Pregunto si puede ser por 13€ para uno y la camarera, tras consultar con Isaac, me responderá que sí. Una negrita, trabaja en la cocina con otras gallegas y no me creerá que llevo 60 días caminando. Ella vino de África en avión. La camarera que me atiende es de Moldavia y es sobrina del jefe. Está de vacaciones y así se saca unos euros para sus gastos, está estudiando en Logroño para administrativa y le falta un año para acabar. Entrará un hombre que, asomándose por la ventanilla de la cocina dice: “Uno para Irun” Luego se meterá en la barra y cogerá unos percebes. Cuando va por unas copas, le pregunto si ha dicho algo de Irun, y me dirá que ha hecho la broma, como si la ventanilla de la cocina fuera la taquilla expendedora de billetes de tren, imitando la voz del viajero que pretende uno para Irun (como un final de trayecto, entre otros posibles). Ha sido pura casualidad que uno de Irun estuviera también allí. Hay también cenando una pareja de portugueses, que yo creí franceses, que han pedido también parrillada y se sorprenden cuando se la sacan. Creían que iba a ser otra cosa. Estas sorpresas me irán surgiendo a mí también el año próximo, sobre todo los primeros días, en mi periplo portugués. Se la comen más rápido que yo, pero seguro que no la saborean tanto: 3 mejillones, 3 navajas, 3 langostinos y 2 cigalas y de postre tomaré dos canutillos; la sobrina moldava me regalará unos pocos percebes, de los de su tío, para que los pruebe, pequeñitos, fríos (como más ricos son calentitos tras el hervor), pero que me saben a gloria. Isaac me dirá que si estoy con Javier Mariño que le diga que estuve con él en Baiona, en el Rías Baixas. Javier Mariño tiene en Anaka un restaurente especializado en pulpo y lacón asado y los domingos suele hacer cocido galego además de otras especialidades y buen ribeiro en tacita de porcelana; también hace una labor encomiable con niños, jóvenes y adultos en el deporte futbolístico, siendo una de las canteras del fútbol gipuzkoano. Parece ser que Isaac es el que le vendía el pulpo que congelaba; también me dice algo de la construcción que, quizás, sea el sitio donde se conocieron. Otros amigos están con Isaac, uno galego y otro de Donostia: Urbieta, al que puedo visitar en el Restaurante Alameda, a la entrada de Hondarribia. Están en plan de “viejos verdes” admirando las bellezas de cualquier mujer que se asome por allí o que pase por la acera y hacen comentarios que me parecen poco graciosos, pretendiendo serlo, que es peor. El donostiarra insiste a Isaac para que llame por el móvil a alguna moza. Da la sensación de ser los tres solteros, separados o divorciados. La cena me ha costado 23,50€, pues ha habido que añadir a los 13, los canutillos (2,50), el pan (1) y el ribeiro (7) y que pago con Visa.
Como resumen del día: Magníca jornada en las Islas Cíes, con bonitos encuentros, cubanas, información y Gonzalo, el guarda de la isla, que me hubiera prestado tienda de campaña, y el colofón de la cena con marisco y rico Ribeiro. No está mal para terminar este primer tramo del viaje Francia-Portugal. Como van a ser las 00:00h, y no tengo sueño, decido hacer la última etapa que me queda, Baiona-A Ramallosa, nocturna.

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