viernes, 27 de mayo de 2011

viajedejavi. Introducción

VIAJEDEJAVI

Mi nombre es Javier Aldabe. En 2010 terminé un viaje comenzado en 2006, que me ha producido muchas satisfacciones y que me gustaría compartir con todo el que quiera y tenga interés en conocerlo. Como para el protagonista de En busca del tiempo perdido, al que sus experiencias de niñez, dice, que habían sido “…yacimientos profundos de mi territorio mental…”, para mí, este viaje, realizado en mi madurez, pues sería no corresponder a la realidad llamarlo vejez, ha supuesto una revitalización, un sentirme muy vivo en el mundo, tanto que está presente en cada momento de mis días, con un recuerdo de personas o en forma de imágenes físicas y mentales.
El viaje consistió en dar la vuelta a la península ibérica a pie por la costa; se inició en Saint Palais o Donapaleu, en el país vasco-francés, y terminó en Collioure, en el franco-catalán. Ni la primera está en la costa, ni la última en la península, por tanto, es necesario hacer alguna matización.
Las primeras cuatro etapas se desarrollaron por el interior, siendo la primera del Camino de Santiago, correspondiente al llamado Camino Francés. En Donapaleu, a unos pocos kilómetros del centro, se encuentra l’Étoile de Gibraltar, que es lugar de confluencia de tres caminos de Santiago que provienen del norte y del este europeos. Esa etapa culminó en Sain Jean Pied de Port o Donibane Garazi. Normalmente, los peregrinos que vienen de otros países europeos, inician la siguiente etapa desde este bonito lugar, cruzan los Pirineos y llegan a la tan prestigiosa Roncesvalles u Orreaga. Yo no tenía esa intención, ya que quería hacer mi viaje por la costa, así que salí de Donibane Garazi hacia Saint Etienne de Baigorry, subí Izpegi y bajé al valle del Baztán, en Navarra. Por mi Nafarroa, la tierra donde nací, discurrieron dos etapas y, siguiendo el  Bidasoa, llegué en la cuarta a dormir a mi casa de Irun.
La otra matización hay que hacerla con Collioure, en la costa francesa mediterránea. Para la mayoría de peregrinos que hacen estos caminos, Compostela es el objetivo natural de su peregrinaje y, en todo caso, prolongándolo hasta Fisterra y/o Muxía. Yo que también salí pensando en Santiago, no tanto como peregrino sino como caminante, también tenía la intención de llegar a Gibraltar; pero no tenía experiencia de andar tanto tiempo seguido, y menos con tanto peso, así que dos años después, ya paseando por Andalucía, es cuando se me ocurrió que el objetivo de mi caminar podría ser algo menos divino, más acorde con mi ideología y más conmemorativo del dolor que se produjo en nuestra guerra civil. Pensé ¿y por qué no un final ante la tumba de Antonio Machado? Y así fue como Collioure se convirtió en el objetivo final de mi viaje. Sería un homenaje del caminante al poeta.
A partir de Irun, seguí el Camino de Santiago por la costa, el oficial, pero con variaciones.
La primera motivada por razones afectivas, me llevó a prescindir de Jaizkibel y, por el valle de Olaberria, pasando por Oiartzun, llegué a Errenteria, al taller donde había trabajado los últimos años de mi vida laboral y que en su momento contaré.
Otras veces será un albergue situado hacia el interior o la orografía de algunos acantilados difíciles, o el transcurrir del día y el deseo de llegar a hora prudencial, los que me harán alejarme de la costa.
En ocasiones el trazado del camino por la costa, te va alejando de la misma sin razones orográficas que lo justifiquen. Un ejemplo puede ser Deba (en Gipuzkoa), ya que el trazado oficial se dirige hacia la Colegiata de Zenarruza, pasa por Gernika y continúa por Bilbao. Yo, aunque tuve que llegar a Gernika, me resistí a seguir las flechas amarillas y perderme la oportunidad que se me ofrecía de pasar, entre otros lugares, por Mutriku, Saturraran, Ondarru, Lekeitio, las playas de Laga y Laida, Mundaka, Bermeo, el cabo Matxitxako, Bakio, Barrika, la playa de Barinetxe o la Salvaje, etc.
Algo similar ocurre al llegar a Asturias, ya que desde Gijón a Avilés, todo el trazado discurre por el interior, dejando sin ver pueblos pesqueros tan bonitos como Candas, Luanco y otros puntos de interés como el cabo Peñas.
Y al llegar a Ribadeo, en Lugo, el trazado del camino se introduce de lleno hacia el interior, hacia Santiago de Compostela, y yo me resistí, puesto que me habría disgustado no ver la playa de las Catedrales, en Lugo, y los acantilados más altos del continente europeo que están de Cariño, por el cabo Ortegal, hacia San Andrés de Teixido, por poner sólo dos ejemplos.
Así que queda bastante claro que toda la costa no la hice; unas veces porque no me lo permitió la orografía, otras por no arriesgar, o por querer llegar a una hora prudencial al lugar de final de etapa, o porque quise ver algo de interior que me interesó y me alejé de la costa, como, por ejemplo, en Portugal, cuando me acerqué a San Pedro de Rates, donde había una iglesia románica y un albergue del Camino de Santiago Portugués, que me apeteció conocer; me metí en A-ver-o-mar hacia el interior  y aunque después regresé a la costa en Aguçadoura, aquella franja costera me la perdí. Si lo quereis localizar en un mapa, están al norte de Póvoa de Varzim.
En cuanto a la afirmación “a pie”, no requiere más matices que aquellos relativos a los cruces de los ríos importantes. Después del puente colgante de Portugalete, crucé en barco o transbordador de El Puntal a Santander, el Miño, entre A Guarda y Caminha (en tres ocasiones), el mar interior que forma el Sado entre Troia y Setúbal, el Tajo entre Costa de Caparica (desde Trafaría) y Lisboa, también para pasar a Illa Tavira, el Guadiana entre Vilarreal de Santo António y Ayamonte, el Guadalquivir entre el Coto de Doñana y Sanlúcar de Barrameda, el Ebro entre Sant Jaume d’Enveja y Deltebre-La Cava y algún otro paso de menor entidad, como cuando Jesús me pasó la desembocadura de la marisma formada en San Fernando a la altura de Sancti Petri, en su liviano bote.
También utilicé barco cuando visité las islas de Ons y Cíes, en Pontevedra, o las islas Berlengas desde Peniche, en Portugal.
Si alguna vez me monté en coche, lo hice para retroceder, o para llegar a algún lugar pero con el compromiso de regresar al mismo sitio en que me habían recogido. Nunca me he querido hacer trampas a mi mismo y quizás debiera hacer una autocrítica por haber sido excesivamente escrupuloso. En todo caso, he hecho más camino que el que debiera; así por ejemplo, al llegar a Tossa de Mar, donde me quedé a dormir dos noches en pensión; como había llegado por caminos y carreteras que me alejaron de la costa, con mapa local y al día siguiente, pude acercarme a playas, retrocediendo hacia el sur. O en Ayamonte, donde la vía verde que va a Isla Cristina, me la pateé en tres ocasiones; o lo que anduve y desanduve en el delta del Ebro (cosa de la que nunca me arrepentiré, ni me olvidaré de la magnífica colaboración que tuve con dos lugareños que ya son amigos para siempre). ¡Y mira que allí anduve un montón en coche! Y en gabarra, visitando mejilloneras y ostreras.  
Hechas estas matizaciones, os presento el mapa peninsular con las cuatro grandes etapas que, finalmente, una rotura de peroné, a falta de 13 días, convirtió en cinco.




¿Por qué salí de Donapaleu si quería hacer mi camino por la costa? La razón no tiene lógica, pero hacía unos años había estado, con mi mujer y amigos, pasando un fin de semana en el convento-residencia que tienen los franciscanos allí. En uno de nuestros paseos, mi amiga Sagrario Sanz del Río, que era la experta en el lugar, nos llevó hasta l’Étoile de Gibraltar y, entonces me dije que, si algún día hacía el Camino de Santiago, lo iniciaría allí. Y fiel a mi pensar y sentir, allí lo empecé.
Cometí bastantes errores en este primer tramo de 2006, que a lo largo de los años he ido corrigiendo, perfeccionando y adaptando a mi gusto por caminar y por dónde hacerlo. El primer error fue llevar excesivo peso en las mochilas. Llevaba entre diez y doce kilos, dependiendo de que hubiera comprado alimentos recientemente o estos ya se fueran acabando, de si la botella de agua estuviera llena o vacía, etc. Mi amigo Alex Álvarez me prestó una mochila que, ya vacía, tenía buen armazón y peso. Al principio, la comida no me cabía dentro de ella, e iba andando con una o dos bolsas de plástico, con los víveres, en las manos. ¡Qué mala pinta de caminante tenía! Ya a lo largo del recorrido fui corrigiendo este tipo de cosas, no llevando más alimento que alguna bolsita de frutos secos y el agua y cuando llegaba el momento de desayunar, comer o cenar, lo hacía en establecimientos destinados a este fin; a veces el propio albergue propició el desayuno o, como en Padrón (albergue del Camino Portugués), donde nos hicimos nuestra sopa de peregrino, gracias a un Luis (de Portugalete) pertrechado en estas lides. Dependiendo del lugar al que llegaba y, sobre todo, una vez fuera del trazado oficial, podía ocurrir que estuviera alejado de población  y sin posibilidad de cenar; ¡pues sin cenar! O, por la mañana, si no encontraba un lugar próximo para desayunar, pues lo hacía cuando me lo topaba. Tengo la suerte de que mi cuerpo no me demanda perentoriamente casi nada. La doctora nutricionista que nos dio un curso sobre comida sana, se enfadaba conmigo porque no me alimentaba adecuadamente, ni en mi día a día, ni mucho menos en mi periplo viajero. Los frutos secos van conmigo porque hay amigos que han tenido algún problema, pero los llevo por llevar: nunca me ha dado una “pájara”. En los siguientes años he ido reduciendo mochila, llegando el último año a pesar 5,300 Kg. que añadidos a la mochilita auxiliar y al peso de la ropa que llevaba puesta (1,700 Kg.), hacían un peso total de siete kg.
Una vez resuelto el tema de alimentación que repercutía en el peso, el tema calzado también tiene su importancia. Llevaba unas sandalias que fui usando con calcetines, al principio, y de los que fui prescindiendo más adelante. También llevaba unas deportivas Asolo de Gore-tex, compradas en Decathlon, que sólo las usé cuando no me quedó más remedio; primero con unas lluvias leves en Lastres (Asturias), otras más potentes entre Barreiros y Nois (Lugo), y después cuando ya en Laxe había desgastado las suelas de las sandalias en la zona de los talones. Allí, el zapatero no vendría hasta tarde y me recomendaron que no me molestara, ya que no encontraría buenos remendones hasta llegar a Noia. Allí, efectivamente, O Zapateiro, me hizo un buen trabajo, que nunca olvidaré; prácticamente no volví a usar las deportivas. Muchos caminantes me dicen que cómo puedo caminar tantos kilómetros con sandalias; la verdad es que me resulta lo más cómodo, no me preocupo de llevar calcetines, se quitan muy fácilmente cuando llego a la playa, ando bien con ellas por las sendas y el asfalto, y todo el tiempo, los pies van al aire libre. Si se te mete alguna piedrilla, sale por donde entró, o por el lado contrario. Nunca olvidaré a un alemán, en el albergue de Rosa, en Orio, que llevaba unos pies llenos de ampollas y que estuvo más de dos horas curándoselos; llevaba buenas botas de cuero. Pero hablando de calzado, debo decir que guardo muy buen recuerdo de los treinta y tres kilómetros y medio por la playa del coto de Doñana, andando por la orilla, descalzo.
Lo que llevo en la mochila actual, Quechua-Arpenaz-30, es lo siguiente: un saco de dormir de la misma marca ultralight que pesa 650 gr., una esterilla, también Quechua, autohinchable, y que pesa 450 gr., una toalla ligera de casi 150 gr., las sandalias de repuesto, también Quechua y con suela Vibram de 550 gr. (que conviene sean distintas a las que llevo puestas, también de la misma marca, pero que pesan 700 gr. Y que llevaré en mi próximo viaje hasta que se desgasten del todo y las tenga que tirar). Conviene que sean distintas, para que cuando se produzca alguna rozadura con una de ellas, no haya coincidencia en el lugar del roce. A mi me va bien. Cada cual debe buscar lo que mejor le vaya. Además llevo un pantalón corto de repuesto en sustitución del corto que llevo puesto (salvo en las cuatro primeras etapas que lo llevé en la mochila, nunca más he llevado pantalón largo. Hay que tener en cuenta que todos los recorridos los he hecho en los meses de mayo, junio, julio y agosto), otra camiseta (Quechua gris o naranja), otro calzoncillo, material de aseo (lo justo), un tubo de gel exfoliante hidratante, que me suelo dar en los pies a la hora de acostarme, y creo que no olvido nada. No llevo nada para protegerme de la lluvia (ni chubasquero, ni paraguas); si llueve, trato de cobijarme. Y creo que no se me olvida nada de vestir. En los bolsillos laterales, suelo llevar los rollos de diapositivas (vírgenes y terminados), en este viaje, aún no me había pasado a la tecnología digital; las libretas en que anoto mi diario (3 o 4), en blanco y terminadas;
rotuladores Staedtler pigmento liner, de distintos grosores, que utilizo para hacer dibujos en libretas, generalmente Moleskine, dibujos que ya tendréis ocasión de ver. En el primer viaje utilicé papeles mal recortados y grafito (sólo uno con creta negra). Mi botiquín suele consistir en algún AAS (ácido acetil salicílico) y alguna cápsula de Fortasec (los que todavía me quedan, los adquirí en Navia en 2006, como ya contaré; ahora veo que caducan en marzo de 2011, pero prefiero que caduquen a tener que usarlos). Al fondo, también van las llaves de casa necesarias para el regreso. Llevo máquina de afeitar eléctrica Philishave, sin funda protectora, para que pese y abulte menos y la incorporo a mi neceser y medicinas; como mi aseo no es ejemplar, el hecho de limpiar de pelos la cara, majora la imagen, aunque no siempre lo suficiente.
En otra mochilita Quechua-Arpenaz-10 (después del norte usaré una Visa), llevo la máquina fotográfica, la libreta diario en uso, el bolígrafo, la libreta Moleskine y los rotuladores que estoy utilizando (2 o 3), el botellín de agua, los frutos secos, el papel higiénico, para alguna eventualidad, el mapa de la provincia o zona por la que estoy pasando y poco más. Esta pequeña mochila la llevo delante, con el fin de tenerlo todo a mano según me va surgiendo la necesidad.
Y en el bolsillo del pantalón, llevo la cartera con la documentación necesaria: D.N.I., la tarjeta sanitaria ONA de Osakidetza, la tarjeta sanitaria europea (para Portugal o Francia), la tarjeta dorada de Renfe (por si vengo en tren al regreso) y, ¡cómo no! La imprescindible tarjeta Visa.
Una advertencia: aunque Quechua aparece varias veces, no es una forma de hacer propaganda, ya que ni Decathlon, ni la marca, me patrocinan. Sólo lo hago para que veáis el tipo de material que llevo. Cada cual que use el que más le venga en gana.
He dejado para el final una de mis peculiaridades. En distintos puntos de mi recorrido voy escribiendo postales a familiares y amigos. A lo largo de mi recorrido, la lista de amigos se ha incrementado, y también algún familiar recuperado. Se da la circunstancia que al llegar a Collioure quise tener mi recuerdo para aquellos que contribuyeron a que mi camino fuera tan placentero, y me salió una cifra cercana a las 90 postales que, desde allí y Port Bou escribí. Para ello, entre lo que llevo, van las direcciones y los sellos necesarios. Con aquellos de los que no tengo señas, pero sí e-mail, si tengo ocasión, les mando uno. Y, para terminar, llevo una lista de playas nudistas, que es donde me gusta disfrutar y pernoctar;  este tipo de playas, generalmente suelen estar alejadas de las poblaciones, lo que permite una noche sosegada y tranquila, salvo alguna que me ha coincidido en fin de semana, y de tranquila nada, como ya os contaré. Por poner un ejemplo, diré que de los 62 días que anduve por las costas andaluza y murciana, 45 noches dormí en playa. Si alguien es nudista, como yo, le vendrá bien tener la información de aquellas por las que yo pasé. Pero, por si acaso, que se busque información complementaria, ya que algunas aparecieron por sorpresa sin estar en la lista y otras son tan enormemente largas que se convierten en nudistas desde el momento en que uno se desnuda.
He disfrutado mucho con las playas, los paisajes, algunos edificios, acciones varias, pero lo que más me ha satisfecho han sido las relaciones interpersonales que he ido estableciendo a lo largo del recorrido. Seguramente serán estos encuentros lo que más peso específico va a tener en mi relato; al menos, esa es mi intención de inicio. Algunos de ellos culminaron en amistad para siempre. Ahora, con mis 65 años, lo siento como mi bien más preciado. Hacer un recorrido a pie, en un mundo en que el coche se ha convertido en imprescindible rey del viajar, supone, cuando menos, sorpresa para el que se topa con el caminante; cuando el encuentro se produce muy próximo al punto de llegada, es decir, muy lejano al punto de partida, la sorpresa puede ir acompañada de incredulidad. Si, además, el viajero va exultante, sonriente, agradecido a lo que la vida le está dando, la empatía se produce por contagio.
Así, los encuentros conllevan algo mágico y, a veces, el otro percibe que el caminante es alguien en quien se puede confiar; alguien que no van a volver a ver en la vida y que, por ello, pueden contarle aquello que necesitan sacar de dentro, pero que no son capaces de contar ni a su mejor amigo. En esos momentos el caminante, si sabe ponerse en el lugar del otro, si siente su dolor, puede hacer las veces de psicólogo, de confesor.
He tenido encuentros muy variados, que iré contando cada vez que lleguemos al lugar en que se produjeron, pero dos de ellos los quiero contar ahora, fuera de contexto, para preservar su identidad y la posibilidad de que nadie los localice, aparte de ellos mismos, que son los protagonistas. Y lo quiero contar como muestra de lo que estoy diciendo.
Primer encuentro: una playa en día de sol y con calor; desnudo, me baño en el mar; me topo con José (le llamaremos así) que, al pasar, me saluda y saludo. Voy al agua y veo que se coloca en el espacio que ha dejado otra pareja. José y yo nos ponemos a charlar. Me dice que tiene pareja, pero que está en horas bajas, se trata de pareja homosexual. Le comento que, a pesar de que tengan pareja estable, suelen ser bastante infieles y promiscuos. Ni afirma, ni niega. Me cuenta que está en rollo esotérico, buscando conocimiento. Aunque lleva tres semanas sin ver a su pareja (mejor no poner nombre), le ha invitado a que le acompañe a un viaje a Toulouse; José, sin saber las razones de la invitación, tiene puestas muchas esperanzas en este reencuentro. El motivo por el que suspendieron la relación fue porque José le puso las cosas claras y hasta le hizo llorar. El otro es un profesional muy apreciado de la capital de la provincia limítrofe; es muy cerebral, pero aún tiene sin resolver problemas afectivos. Le comento que, tener sin resolver esos problemas que dice, puede ser una razón de su calidad como profesional. Aunque ausente, el tema del que hablamos casi todo el rato girará alrededor de este sujeto. Por otro lado, José preferiría que, en vez de a Toulouse, le llevara a Egipto, donde quiere ir en setiembre, ya que está muy interesado en conocer los jeroglíficos, viéndolos físicamente, en vivo. Ahora los está estudiando impresos en papel y papiros, pero no es lo mismo que verlos en directo. Dice que en ellos está la sabiduría. Conoció a su pareja hace dos años, y fue él quien le animó a que estudiara. José se lo tomó en serio y él mismo reconoce que ha aprendido mucho, es consciente de que se está formando a sí mismo y el otro no acaba de aceptar su evolución. Poco a poco José va ganando poder sobre el otro e, incluso, en el grupo suyo en el que lo introdujo; cuando organizan alguna reunión, algún encuentro, antes preguntaban si iba a ir él, el profesional, pero ahora, preguntan si va a acudir José y asistir ellos en función de si José va o no. Eso está suponiendo que el otro esté celoso de él. José es consciente de que ha mejorado mucho su forma de relacionarse y, en ese sentido, agradece mucho que su pareja lo incluyera en el grupo. Se trata de un grupo de masones, en el que ya cuentan con él. Dentro del grupo, su relación es evidente, pero el otro no acaba de salir del armario. José es admitido en casa con su acompañante, pero, tal como me lo cuenta, pareciera que no participa en fiestas y celebraciones familiares, ¡vamos!, que no se ha oficializado su relación. José tiene una empresa (no diremos de qué), donde tiene empleados y encargados, así que, cuando lo necesita, puede cogerse unos días de vacación. Bueno, ahora a esperar a ver qué ocurre en Francia. Estas últimas semanas en que ha tenido alguna relación sexual con algún otro, considera que no “correrse” es engañar menos a su pareja, aunque la culpa de su ruptura momentánea se la eche al otro. Tras esto que os acabo de contar, nos dimos un par de baños y nos despedimos, cada uno por nuestro lado. No hubo foto ni intercambio de correo, pareciera que no hacerlo es la forma de guardar el anonimato.
Segundo encuentro: día de calor de verano, en una playa muy larga y ancha, prácticamente solos, coincido caminando por la orilla con Juan (llamémosle así) que va a darse un baño desnudo; nos saludamos y yo también hago lo mismo. Charlamos en el agua y continuamos la charla en la arena. Le cuento la caminada que estoy haciendo y él me contará parte de su vida. Cuando era niño, su abuelo se masturbaba rozándose con él, pero eso no lo considera una experiencia traumática, ya que no influyó en su orientación sexual ya iniciada la adolescencia; de hecho tuvo varias novias y se casó con una mujer, aunque cerebral y poco cariñosa. Con ella tuvo dos hijos. Al tiempo de casados, tuvo su primera relación homosexual con un amigo de la familia de su mujer y, hoy en día, se define como tal, habiendo tenido suficientes experiencias con hombres. En este momento no tiene una estabilidad afectiva y se encuentra expectante pues su hija se casará proximamente y, sabiendo que le gustan mucho los niños, cree que le harán abuelo enseguida. Desea ser abuelo joven, pues tiene 10 años menos que yo. En lugar de calzoncillo usa una anilla, que no me preguntéis cómo se llama, alguno de vosotros lo sabréis, y me invita a probarla; a mí me resulta incómoda, poco práctica. Me da mucha información sobre sexo y me recomienda para mañana una playa (no pongo nombre para evitar localización), a la que no irá pues espera la venida de un amigo de Madrid que llegará invitado a la boda. Nos despedimos sin darnos señas; es lo que suele ocurrir cuando se da tan alto nivel de confidencialidad. También dicen que “a quien cuentas tu secreto, das tu libertad”. Sin embargo a mí, todos estos encuentros en que nos comunicamos, me producen sensación de mayor libertad. Si el encuentro ha servido como terapia, no lo podré asegurar, puesto que lo contado parecía tenerlo asumido, pero ha sido un bonito encuentro.
Cuando me fui, empecé a dar vueltas a mi mollera. Pensaba yo: ¿querrá Juan ser abuelo, para hacer lo mismo que su abuelo hacía con él? Como he dicho, no se lo podía preguntar, no tenía referentes para localizarlo y hacerle saber mis dudas. Pero todo tiene remedio, no hay que desesperar, mi viaje es así… Y, por tanto, me lo encontraré en otra playa, no digo en qué año, y os cuento lo que hablamos.
Segundo encuentro con Juan (y dos): Voy con intención de acercarme a la playa en la que  encontré a Juan pero, no he calculado bien el tiempo y la distancia, así que, al llegar a una en la que estoy a gusto, tomo la decisión de olvidarme de la primera idea. Elijo el lugar donde dejar la mochila y la ropa y me baño. Abandono mis pertenencias y voy hasta el final de la playa desnudo. Voy paseando hasta la zona textil y regreso, me doy unos baños, paseo y me pongo a comer y luego a dibujar. Mientras estoy dibujando, un desconocido se tumba, como yo, cerca de la orilla a pocos metros de mí. Yo sigo dibujando y, de vez en cuando, al mirarle, observo que me mira y, así, en varios momentos. Al rato, me levanto y me acerco un poco, y me doy cuenta que es Juan; está más moreno que cuando le conocí y me ha costado reconocerlo. Él también se levanta y nos damos un abrazo. Él también dudaba que fuera yo. ¿Se puede considerar azaroso este encuentro? Yo no hablaría ni de azar, ni de que fuera el destino quien nos hizo encontrarnos, puesto que yo puse mucho de mi parte para que el encuentro se produjera; pero dejemos tanta disquisición. Después de contarle cómo iba mi viaje y preguntarle por cómo fue la boda de su hija, le hice la pregunta que me quedó rondando tras aquella despedida. La respuesta fue rotundamente negativa; lo que me tranquilizó; pero añadió que, además, todavía no le habían hecho abuelo. Y me contó el último encuentro que había tenido con su consuegra y la conversación que había mantenido con ella. Por lo visto, ella también estaba deseosa de ser abuela y, ante la falta de nietos y no haber vislumbre de embarazo, la mujer se vio en la necesidad de defender la virilidad de su hijo, diciéndole: es que mi hijo está muy estresado por el trabajo. Luego Juan me cuenta que su yerno es preparador deportivo y se inyecta anabolizantes para estar “cachas” y, a lo mejor, esa es alguna de las consecuencias. En cualquier caso, la hija todavía es muy joven. ¡Ya llegarán los nietos! Juan me dice que, a última hora, cambiaron el lugar de la celebración del banquete de boda y que todo salió fenómeno, pero que no se reconoce en las fotos de la boda. Fue cena y bailaron hasta las siete de la mañana. Me cuenta también el caso de un matrimonio que se desnudaba al final de una playa y que cuando él se acercaba, se ponían el bañador. Un día se los encontró desnudos detrás de unas rocas y, desde entonces, ya nunca se molestaron en vestirse cuando él llegaba. Hay que tener en cuenta que el hombre era militar y que estábamos en los tiempos en que todavía vivía Franco. Juan ha quedado con un amigo; se tiene que ir. Así que nos deseamos suerte, no nos damos seña alguna y nos despedimos, en la confianza de que algún día nos volverá a reunir la vida.
Sobre el material fotográfico, quiero aclarar que me apetecía hacer diapositivas, puesto que algunos amigos me decían que las cámaras digitales no acababan de dar la calidad necesaria; además yo no tenía ordenador y está claro que se vuelve imprescindible para archivar y tratar las imágenes. Casi siempre he utilizado película Fuji, aunque en algunos momentos he tenido que comprar lo que había, en algún caso hasta pasado de fecha. Terminando la provincia de Málaga, hacia la de Granada, me encontré con un fotógrafo de Llerena, Enrique Capilla, quien al decirle que llevaba Sensia-100, me recomendó lo hiciera con Velvia-50 y así, el Levante lo hice con Velvia-50 y 100. Mi máquina en todo este viaje ha sido Nikon Lited.Touch Zoom 110sAF Quartz date, que ya se había ido deteriorando y que, ahora, al someter las diapositivas a tratamiento digital, he comprobado los errores que me iba produciendo, sobre todo rayas, que seguramente provendrán de arenilla de cuando la llevé al desierto argelino en 2004-2005.
Ahora tengo nueva máquina digital y también ordenador portátil (aunque no estoy conectado a Internet); me compré un scanner: Vista Quest (a clearer vision) VQFS503 que me está permitiendo digitalizar las diapositivas (de momento lo he hecho con las del norte y Portugal y me queda por hacerlo con la otra mitad). Estoy aprendiendo sobre la marcha con el programa PhotoImpression-6; al principio sólo me limitaba a quitar las motas y pelillos que acumulan las propias diapositivas y el scanner, luego aprendí a recortar y darles distinto formato según el contenido y lo que más quería destacar, y lo último que he aprendido es a horizontalizar los horizontes ya que, cuando están inclinados, “cantan”. De momento, con estas tres operaciones me doy por satisfecho y la experiencia me ha servido para hacerlo en el siguiente orden: Horizontes, dar formato, quitar manchas. Siendo autocrítico, creo que las imágenes no son lo más interesante de mi viaje, ni en calidad, ni en creatividad; sólo están al servicio de lo voy a ir contando y, en ese sentido, ilustran bastante bien mi viaje. Como es por la costa, encontraréis exceso de mar y playas, pero es que así es mi viaje. Al tener interés en conocer playas nudistas, ya que disfruto estando desnudo en la naturaleza, ocurre que, algunos encuentros con otros nudistas, no tengan aporte fotográfico, es obvio que muchos no lo desean; pero cuando me encontré con mis amigos nudistas, José Mari y Alicia, en Costa Natura, se nos olvidó fotografiarnos; y estoy seguro que a ellos no les habría importado, pues son nudistas convencidos. Espero que nadie se moleste cuando aparezcamos otros y yo sin ropa.
Y sin más voy a empezar a relatar el primer día:

1 comentario:

  1. Javier, el blog me parece muy interesante como relato y como guía alternativa. Seguiré tus andanzas aunque sea de vez en cuando y a saltos (el tiempo marcado por la actividad laboral da para lo que da y este tipo de lectura requiere momentos pausados).
    Un saludo.
    Maite

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