viernes, 27 de mayo de 2011

viajedejavi. Mi regreso a casa II

25 de julio de 2006. Martes. Dia de Santiago.
En tren de vía estrecha (Ribadeo, Santander)  
Me levanto, ducho y afeito. Ya ha ido desfilando la gente. Los vascos han ido a desayunar. Paso bajo el puente que une Lugo con Asturias varias veces, debido a mi interés de pasar lo más próximo al mar posible ¡imposible! Veo el banco donde encontré al de Pamplona, que en la capital navarra malvivía con su pensión y en Ribadeo puede arreglarse mejor. En el centro de Ribadeo, una pareja mayor me orienta hacia una pastelería-bollería que dan café: todo rico (2,60€); ya me quedan pocos desayunos de estos. Escribo el diario y, pasadas las 10:00h. me dirijo hasta la estación de Feve; saco billete con la reducción del 50% por 10,70€ Ribadeo-Oviedo-Santander, y charlo con el encargado-jefe de la estación. Allí es el amo; hace de todo; está interesado en lo que le cuento, pero debemos interrumpir a ratos la charla, al venir viajeros en demanda de billetes. Dos chicas pasan a mi andén y se acercan a un mapa de todo el espectro Feve, de Irun a Galicia. Me sirve para repasar el viaje, donde hasta aparece Ostabat. La mayor de ellas está entusiasmada y demanda detalles; luego, ya en nuestro andén, se lo contará a sus padres, que también muestran interés; hasta que llegan Aitor e Iratxe, los de Eibar, con sus bicis, y me pongo a charlar con ellos; habían llegado antes, cogido billete, pero habían ido a dar una vuelta por Ribadeo. Parece que nos conocemos de toda la vida. La mirada de Aitor es muy limpia, debido a que tiene los ojos clarísimos, parece un chaval majo y unos meses más joven que mi hija menor, Vera. Estudió Ingeniero Agrónomo, mi hija mayor, Sara, Ingeniero Técnico Agrícola, pero parece que no coincidieron, aunque ambos estudiaron en la Universidad Pública de Navarra. Él es de la 2ª promoción. Iratxe es andereino de la gau-eskola, no es fija, sino que hace sustituciones, pero con estabilidad en el empleo; es 4-5 años más joven que Aitor. Hacen planes de futuro, pero han pospuesto dos años para tener hijos; el quiere gozar y disfrutar de la vida en pareja antes de tenerlos, pues sabe que después la dedicación será plena. Aitor tiene sentido del humor y, si se le atiende, sabe expresarlo con gracia. Cuenta un chiste que me gustaría narrar aquí, pero para cuando quiero hacerlo, ya se me ha olvidado: era de Jaimito, ¡ah! Y del pulmón de acero de su abuelo que decía ¡hijo de puta! (con voz cavernosa). Si alguien lo sabe, que me-nos lo cuente. Con todo, me parece una pareja descompensada. En Oviedo, les ayudo a bajar las bicis y corro para comer. Con el billete que llevo, no se puede salir por las puertas y tengo que pedir favor a las personas que están en la cola de la taquilla, para que el taquillero me dé uno gratis. Una vez pasado el escollo, le pido otro para entrar de nuevo. El menú cuesta 7€ y, cuando me siento, aparece el italiano, que ya merodeaba por la estación de Ribadeo con una bolsa y que, al bajar, lo hacía con ella en horizontal, ya que casi no cabía por el ancho de la puerta. La camarera lo quiere sentar en otra mesa, pero le digo que no tengo inconveniente para comer con él, siempre que cada uno paguemos lo nuestro; dice ella: “En las estaciones se hacen las grandes amistades.” ¡No será éste el caso! Pido pisto y lenguado en salsa verde, flan, vino y gaseosa incluidos (7+1=8€) Todo está rico y lo como deprisa. Él ha pedido lo mismo que yo, sin saber lo que he pedido yo. Luego, cuando traen el pisto dirá: “no me gusta el peperoni”. Es un solterón de Parma, nacido en 1948 y parece mi padre. Su mama le ha pagado el viaje. Él tiene una pensión de 250€ por enfermo con depresiones. Le gustaría encontrar una mujer para tener compañía ¡la tendrá que buscar! Supongo. Pago; le dejo comiendo el lenguado y me voy. Quería hacer trampa para conseguir credencial que le permitan usar el albergue de Santander. También me dice que, en la pensión de Santiago, le robaron 50€ ¿Pretendía que le pagara la comida? Ya bajando la escalera mecánica, coincido con los eibartarras, que también han tenido problemas con el billete para salir, se les ha quedado el billete machacado dentro de la máquina, y se lo han tenido que recuperar. Cogemos el nuevo tren, pero ellos bajarán en Celorio y yo seguiré hasta Santander. Por hablar con ellos, dejaré de ver algunos paisajes que me había propuesto. Antes de llegar a Celorio, pasamos por San Antolín y he rememorado la dificultosa aventura de su travesía y las magníficas playas de Torombia y Guilpiyuri. En Celorio les ayudo a bajar las bicis y hacemos una despedida rápida. Al salir de Celorio he visto la iglesia de la segunda playa. Montaron dos familias gitanas, pero se pondrán en extremos opuestos; la chavala mayor deja lleno de migas el asiento y los dos niños se portan bastante bien; la niña se llama Nerea y pregunto a la madre si vivieron en el País Vasco. Le pregunto a la niña si sabe el significado de su nombre y la madre responde: “siempre mía”. Los niños hacen palmas algo ruidosas y la madre les recrimina con amenaza de cachete, pero no llega a dárselo a ninguno en ninguna ocasión. En Unquera, no localizo la casa roja, pero rememoro el puente y el paseo paralelo a las vías de Feve; lo mismo cuando llego a Mogro y Poo y toda la peripecia antes de llegar a Poveda, siguiendo instrucciones de Rober y de la señora que salió al camino a orientarme. El tren llega bastante puntual a Santander, pregunto por la Catedral y una chica se esmerará en orientarme, incluso desviándose de su camino. Chispea. Localizo las escaleras próximas al albergue, como recordaba de la ida. Para variar, el albergue está lleno (y hoy no es viernes); hay ya dos colchones para extender en la entrada, cuando todo el mundo se acueste. No hay más sitio. Pido a la hospitalera orientación para buscar otro techo; me dice que en las puertas de la catedral, la policía no deja quedarse. ¿Otro lugar? Y la hospitalera decide sacar los colchones en reserva del lugar donde están almacenados y extender el mío en ese espacio; para ello será necesario desplazar un poco las literas de al lado y queda el espacio justo y necesario ¡qué bien! ¡Mejor que la otra vez! Y mejor que algunos de los que han llegado antes y les da la luz en la cara a través de la rendija de la puerta y, además, gratis, ya que no me querrá cobrar los 5€ de rigor. El jefe le ha dicho que me inscriba pero que no me cobre; y todo ha sido porque le había dicho que llevo sesenta días caminando, que el viaje al comer, cenar y desayunar fuera de casa sale caro y que me lo quiero compensar no pagando pensión. Como la otra vez pagué los 5€ sin dormir en litera, es como si sólo me cobraran 2,50€ por el uso de colchón (2 colchones). Pregunto la hora de cierre y si siguen recomendando el bar de Dora para cenar. Cuando pasé, la hospitalera, que estaba cansada de la vista, proponía cierre a las 21:00h, pero ahora será a las 22:45h y, cuando les digo la hora de cierre en la ida, me dicen que no puede ser y tengo que explicar la circunstancia. Me dicen que si voy mal de dinero, en el bar puedo pedir sólo un plato. Dejo las mochilas, me aseo y bajo al bar, con idea de recordarle a la dueña datos para reconocimiento ¡pasan tantos caminantes a lo largo de los días! Y, nada más verme, me dice “¡Hola Javi!” Me deja estupefacto. Se acordaba de cómo de brillantes dejé todas y cada una de las espinas del chicharro que me sacó. Lo a gusto que me lo había comido. Johanna, una alemana (pero procedente de algún otro país del Este), está esperando el segundo plato y me sentaré con ella, ya que pone mucho interés en querer aprender español. Dice que sólo habla en tiempo presente, pero no es cierto, también maneja otros tiempos verbales. Ha hecho el recorrido Liébana- Santillana, le trajeron en coche; va a Irun y Lourdes y, desde allí, iniciará el Camino Francés. Su marido no la entiende y ni le pregunta por qué lo hace y ¿ella se aclara?, me pregunto yo. Tiene una hija que, con su novio, está haciendo un camino de 4000 km. desde California a no sé qué otro punto del Pacífico. Quiere mirar los e-mails para tener noticias de su hija. Le indicaré lugares en Irun donde están los servicios de Internet, cuando le acompañe al albergue de peregrinos, dependiendo de la hora de llegada. Voy a pagar, pero solo tengo cinco euros y las monedas no me llegan para pagar los 7,50€ de la cena. Así que esperaré a que se vaya al jefe del albergue para pagar con un billete de cincuenta euros. Explico a Dora (mujer de tan feliz memoria) y a la que nos atiende, la circunstancia de la gratuidad del albergue. Dora está empeñada en enseñarme estampas de una organización que se llama “Bebe y camina” o “Bebe y disfruta”, no lo toméis al pie de la letra. La verdad es que lo de “bebe”, salvo que sea agua, parece que no encaja con la filosofía de austeridad del Camino; antes de decir más, habrá que conocer mejor el ideario de la organización. Cuando he subido al albergue, en busca del monedero, otro peregrino de llagada más tardía, negociaba la posibilidad de dormir en el albergue. Esta parece ser de verdad imposible. Tras abrazar y despedirme de Dora, detrás del mostrador, me voy con Johanna a ver el exterior de la catedral-fortaleza. Resulta curiosa. Unos indigentes colocan cartones en las puertas de encima de la escalinata ¡yo, por hoy, me he librado! Cuando estamos llegando al albergue, hay juerguita santiaguera en una carpa cercana. Todavía no se ha acabado el día de la fiesta del santo patrón de España. Johanna me enseña que dormirá en la litera número 8 y yo mi colchón, porque decidimos levantarnos a las 7:00h y por si nos dormimos alguno de los dos y así sabemos dónde llamar. A Txavi, le han permitido ducharse, pero se va a ir a buscar sitio para dormir fuera, en la calle. No siente agobio. La hospitalera le dice que pase a la cocina a comer un bocadillo. La conversación que iniciamos en el rincón de las duchas, lo continuamos en la cocina, después de que yo me haya duchado. Se ha comprado una guía del camino del norte. Él estaba viajando con dos chicas y alguien más, con un burro y un carro; las chicas dormían en el carro y él en el suelo, debajo o al lado. No sé que pasó, pero el grupo se rompió y él viene deseoso de dejar el Camino Francés y hacer el de la costa. Le cuento lo que he hecho yo y dice que le he dado ideas para iniciar de cero un camino diferente “¡A ver si lo consigues!”, le deseo. Me acuesto y tres chicas extranjeras en tanga y semidesnudas se rebullen en sus camas; una está a mi lado y las otras dos enfrente. Se levantan, se van, vuelven, se visten, se desnudan con naturalidad ¡qué trasiego! Alguien ronca no excesivamente. Me levanto una vez a orinar.

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