viernes, 27 de mayo de 2011

viajedejavi. Mi regreso a casa I

Mi regreso a casa I:
24 de Julio de 2006. Lunes. En autobús y tren (Baiona, Vigo, A Coruña, Ferrol, Ribadeo).
He metido la mochila en el portaequipajes del bus y pago 2€. Pasamos por la carretera de arriba en Saians,  así que no lo reconozco; tampoco veré la iglesia modernista de Panxón, ya que voy hablando con un jubilado que va a pedir hora para el médico, calcula que se la darán para dentro de seis meses. Hablamos de muchas cosas y me recomienda que baje en la Volvo, que es la parada que mejor me queda para coger tren de Renfe.  El conductor me ha dicho que baje en la última. Llego a la estación y la taquilla de información está momentaneamente cerrada. Hablo con un señor en atención al cliente y me informa que el tren tiene llegada a Venta de Baños a hora intempestiva; lo que hace reafirmarme en la idea de ir pausadamente y por la costa, mi idea inicial. Cojo billete sólo hasta A Coruña, ya que para ir a Ferrol, tengo tren de cercanías. De Vigo sale a las 11:55 y llega a Ferrol a las 15:59h. (7,25€ lunes y con tarjeta dorada). Para desayunar en Arco-Duplo: Croissant, hojaldre de manzana y café con leche (3,70€) y, después, escribo en el diario. El billete A Coruña-Ferrol, (2,20€), lo sacaré en la capital, pues tengo media hora de margen y comeré ensaladilla, un pepito y una cerveza (5,95€). Tres chicas comentan sus asuntos y llegan tres chicos de dos o tres años más que ellas y les comienzan a chistar; ellas se ponen nerviosas y se descentran. Ellos permanecen a distancia. Faltando 10 minutos para la salida de mi tren, les digo que se aproximen y ellos dicen que están tanteando, ya que les parecen muy jóvenes. Voy al retrete a orinar y llenar de agua mi botella. Me monto en el tren de espalda, con el fin de ir viendo mejor lo que va pasando y sigo escribiendo el diario. Montan unos chicos que van a Santiago, pues mañana es el gran día, pero yo ya estaré lejos. Otros chicos portugueses montan para bajar en la siguiente, pues van a empezar un camino de tres días desde Pontevedra. Les comento mi aventura con el bacalao (Valença-Caminha). Casi todo el vagón se vacía al llegar a Santiago. El cielo está encapotado en todo el trayecto ¡Menos mal que no dejé Cíes para hoy! Al pasar por Pontevedra, se me olvida buscar el albergue, pero al pasar por Padrón, que no para, veré la iglesia de referencia. El tren es cómodo, limpio, tranquilo, agradable, va rápido y no se demora en las paradas. ¡Qué bien que no lleva música! Permite conversar sin necesidad de gritar. Tras Santiago, quedamos en el vagón seis solitarios, tres chicas y tres chicos (me incluyo entre los últimos). Llegamos puntuales a A Coruña, saco billete, comida a toda pastilla; me como la mitad del pepito y apuro la cerveza. Tres minutos antes de la salida, acabo el pepito en la puerta del tren. Sale puntual, es amplio y limpio. En Ferrol me ha orientado bien el taquillero, pues sacando tarjeta azul de Feve, que vale 2,60€, ya con el primer descuento Ferrol-Ribadeo (4,25€), me he ahorrado bastante más, y todavía lo utilizaré en el recorrido Ribadeo-Santander y en el Santander-Bilbao. Toda la primera parte, hasta llegar a Mera, es desconocida para mí. Luego se empezará a ver la Ría de Ortigueira; hago un esfuerzo queriendo ver Cariño, pero será en vano. En el tren van señoras solas, el matrimonio inglés que he visto en una terraza de Ferrol y no mucha gente más. Al José Luis de Feve, que la barman no recordaba nombre y que propongo Chelis, para acortar, le han llamado de todo, por una razón que desconozco, un monton de epitetos, de entre los cuales, gilipollas, no ha sido el más agresivo. Han montado tres chicas con mochila que, en vez de vieira, llevan mejillón: Luna, Carmen y Laura; no tienen tiempo para hacer el camino que querían y han decidio bajarse en Ortigueira. Les cuento algo de mi viaje y bajo con ellas al andén, puesto que el tren debe esperar 10 minutos a que nos cruce otro tren, y en el andén, seguimos charlando. Nos intercambiamos nombres y subo. Dejo equipaje, bolsas, bocata, arriba y en el suelo de mi lado, de 4 asientos, y me paso al lado del mar (el lado izquierdo), de un asiento. Paso el puente sobre la ría de O Barqueiro, donde fotografié el tren a la ida, y busco en O Vicedo la pensión ¡imposible! Pero sí veo la pared de la entrada en la que ponía Comidas y camas (anuncio obsoleto, como me contó la dueña). Covas, por donde pasé rápido y cansado y no probé las sardiñas asadas. Viveiro, el puente que pasé, la conversación con una voz femenina a través del torno y la de tú a tú con el cura, que me ofreció café, cuando le pedía techo; que hubiera sido un buen complemento al bocadillo que me ofrecía la presunta monja, a la que también pedía techo. Retrocedemos al lugar donde comí, donde estaba el albergue municipal ocupado por grupo de chavales. Al fondo de Xove, veo el puerto de Morás. San Cibrao y el paseo que di por su parte vieja y faro. El apeadero de Madeiro, donde dormí, ahora vacío y sin parada, porque no hay gente tampoco para bajar; es curioso que no pare el tren si no se da, al menos, una de estas dos circunstancias. Así iremos recuperando el retraso, Burela, tan feo como me pareció al pasar. Los lugares que visité bordeando el paseo marítimo de Foz y buscando alojamiento: el hórreo vacío, con tablones, en casa deshabitada que no pude gestionar para dormir; la casa en construcción todavía sin suelo y con las protuberancias de la instalación de tubería y conducción eléctricas. El campo de futbol y chiringuito de playa que sería cerrado al anochecer y que terminó con mi dormida en Feve-Madeiro. Se me pasa Barreiros, donde dormí en el campo de futbol del Celta, con aquel pajarraco que me martirizó ¿sería un buho, una lechuza? Noche y mañana lluviosas, que empezaron con ducha natural jabonosa y que me obligó a usar las deportivas de goretéx, pantalón de agua y capa pluvial y que me dejó más húmedo por dentro que si me hubiera caído todo el agua encima; y también Rinlo, donde me negaron una tortilla francesa, después de haber pasado un día a dieta, a consecuencia de mi diarrea, curada con Fortasec de Navia. Estas zonas se me pasan  por venir charlando con dos profesores de Lengua y Literatura que vienen de una zona de playas y que trabajan en Ribadeo y que, al llegar, me acompañarán un trecho en dirección al albergue del Camino. Los referentes que me había dado un señor eran: casas baratas, hacia puerto deportivo y, luego, hacia autopista. Cuando llego, me doy cuenta de que, en el inicio del paseo marítimo, ya pasé al lado de este albergue. Está casi debajo del puente que une Ribadeo con Asturias y que está sufriendo un proceso de ampliación. Este profesor maduro con un joven amor que le rejuvenece y que me hace recordar a Iñaki Aizpurua, el ex de mi amiga Sagrario, y a Patxi Sansinenea, el psicólogo con el que hice terapia de pareja y dos dinámicas de grupo, en caserío aislado y codirigido con Cristina Ruiz, también psicóloga y amiga desde hace muchísimos años. Están interesados en lo que les cuento y también en el libro-forum de Irun, donde leemos un libro al mes, libro obligatoriamente, por decisión del grupo, escrito por una mujer, con una sesión final de presentación (uno del grupo la prepara) y puesta en común; generalmente estoy solo entre todas las demás, mujeres; ella opina que es cierta la sensibilidad diferencial de género. Cuando expreso mi necesidad de aprender gramática, me mencionan a Pío Baroja, quien metía el cuezo, pero sabía contar historias interesantes. Cuando llego al albergue, éste está a tope. No sé donde dormiré. Las camas están ocupadas. Un ciclista dormirá en el sofá, pero luego cambia de opinión. Dos chicas de Zaragoza me ofrecen su cama, porque mañana no caminan; una de ellas se hirió en una pierna; herida profunda  con puntos y antitetánica. Mañana aprovecharán para visitar la playa  de las Catedrales. Yo no acepto la cama; tampoco camino mañana. Una pareja vasca (van en bici), de los que hacen camino raro. Tienen el coche en Celorio, y mañana viajaremos juntos en Feve hasta allí. Otro chico catalán que, por la mañana, no veré. Y unos cuantos alemanes. Junto a mí, duerme un chico madrileño que, también, viaja en coche y se queda en los albergues, pero sin quitar sitio a nadie. Un italiano. Me inscribo por la mañana en el libro: no piden datos del camino y yo ya estoy de vuelta. He cenado bocadillo de calamares y menta poleo (3,35€).

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