viernes, 27 de mayo de 2011

viajedejavi. Etapa 55: Redondela-Saians

55ª Etapa. 19 de julio de 2006. Miércoles.
Redondela, Rande, Chapela, Vigo, Bóuzas, Alcabre, Samil, playa A Fontiña, Illa Toralla, Saians.

No me ducho, debido al agua caliente. Salgo de Redondela dando más vueltas de las necesarias y, al final, caminaré hacia Vilaboa. Un señor me endereza. ¡De nuevo, a pasar bajo los puentes! Pongo rollo nuevo a la Nikon; como un plátano y me dirijo hacia el puente de Rande. Se va quedando al lado derecho.


Llego a Chapela, donde un tiempo después vivirá mi amiga Sara Inés Volpe, uruguaya, psicóloga, madre y más cosas, que conocí en el tren en 2007, entre Vigo y Santiago, y desayuno con croissant y bizcocho por 2,50€. Son las 10:45h y voy hacia Vigo. Bajo al paseo marítimo de Chapela y voy todo lo que puedo por él. Hablo con un señor que pasea con su nieto, que permanece mudo aunque no lo sea; me dice que tendré que subir y bajar, hasta que no me quede otro remedio que seguir por la general, pero que eso ya será en Vigo, que comienza pasado un riachuelo. Voy haciendo el camino como él me dice. Estoy tentado de darme un chapuzón en una playita pequeña pero, como está nublado, me resisto y sigo adelante. Podría ser la playa de Area Longa. Paso por una carretera estrecha; llegan obras, están embreando y paso sobre la amalgama de brea caliente, todavía sin apisonar (en un tiempo a la brea le llamábamos galipot, y pasados los años, una amalgama de torta de producto similar, recibiría el triste nombre de chapapote, asunto que fue muy mal gestionado por los políticos de turno). Llego a un cruce y un señor me dirá que da lo mismo ir por un sitio que por otro, que ambos me llevan a la general y que, ya que estoy en el que estoy, que siga. Con los semáforos, que más que regular el tráfico lo complican, los coches particulares y el transporte público, van a paso de tortuga. A una chica, a la que adelanto, le digo: “vamos a llegar antes que el autobús”. Adelanto a un negro ¿subsahariano?, que conduce un viejo coche; y, al menos por ese barrio, veo bastantes hombres del mismo color. A una chica le pregunto por el puerto para ir a las islas Cíes; “aún tienes bastante”, me responderá. "Bastante", es una respuesta que ayuda poco, pues los conceptos de tiempo y distancia, son relativos a las personas y en este caso, dependen del hábito y de la capacidad para andar de cada uno. Llego por carretera sin arcén y, sin querer, entro dentro del puerto comercial; están entrando y saliendo muchos camiones y, un camionero, me dirá que pregunte en la entrada. Allí, dos controladores me quieren orientar, pero al ver que no conozco nada de Vigo, uno se lo piensa mejor por donde mandarme y decide que me conviene continuar por la dársena del puerto mercante, donde estoy, y me da instrucciones de cómo llegar a un torno (que no encontraré), siguiendo siempre la valla, y que tenga mucho cuidado con los camiones, que van “a su bola” (como yo por la costa bilbaina). En un momento determinado, se pierde la valla, porque la carretera elevada desciende a los infiernos (que como sabemos ya no existen) y debo rebordear, pero lo recupero y llego a un lugar en que se acaba el recinto vallado y pregunto a unos barrenderos “¿dónde está el torno?”; “te lo pasaste”, será su respuesta, y me indica dónde me lo pasé. Pero se lo piensa mejor, y me entreabre un poco el enorme portón y me pone en el exterior; me dice que para información y billetes para las islas Cíes, me señala dos grúas. Agradezco al barrendero que me haya sacado del encierro y la información que me ha dado y me voy. Paso el puerto deportivo y voy acercándome a los barcos de transporte colectivo y, antes de llegar a las grúas mencionadas, intuyo el lugar y, efectivamente, allí hago las gestiones. De una ventanilla me mandan a otra, donde se gestiona el camping: la única forma de acampar es llevando tienda (y no la voy a comprar por cinco días) y que conviene hacer reserva, pues el 25 es fiesta ¡claro, Santiago! Visto lo visto, y decidiendo que no iré a Cíes con idea de acampada, vuelvo a la primera taquilla y me dan horario para hacer visita de una jornada; y salgo del lugar para buscar restaurante para comer.

Paso por la oficina de turismo y me sellan la credencial con corona, siete cruces, el copón y la hostia, en la que pone: Xunta de Galicia. Consellería de Innovación e Industria. Oficina de Turismo de Vigo. Todos los restaurantes de la zona en que estoy, ofrecen ensaladitas y marisquito rico, como plato principal, pero yo necesito algo más energético: garbanzos, lentejas, macarrones, etc. y de eso no hay. Un chico me ofrece Rías Baixas, pero me tiene que acompañar; le digo lo que quiero y me dice que también habrá, pero, cuando paso por allí, ni lentejas, ni garbanzos, ni macarrones. Le digo a un señor que viene cansado después de cinco días de fiestas “pero trabajando en ellas, no de juerga”, me dirá, y me acompaña a un bar, en el que tampoco tienen lo que quiero. Me orienta hacia un barrio que se llama “Torre-algo-más” y que para llegar a él, tengo que subir una cuesta. Cuando la estoy subiendo, coincide que sube también una pareja mayor que me van a acompañar a un bar que está en la calle de arriba, donde comen obreros, y creen  que conseguiré un menú energético, y que se llama algo relacionado con Os pescadores y que, más tarde, veré.

Comiendo en comedor de caridad.
Pero, cuando estamos en ello, pasamos por delante de un comedor de caridad para indigentes y algo más, y la pareja me dice que también puedo comer allí. Yo, muy digno, les digo que no es mi caso pero, la curiosidad me lleva a quedarme para preguntar; me despido de mis acompañantes y les agradezco su buena disposición a ayudarme y se van, subiendo la cuesta. Entro en el hogar y me recibe una monja: le empiezo a explicar que no encuentro lentejas en la oferta hostelera, pero ella me para la explicación y me pregunta “¿es la primera vez que vienes a comer aquí?” y, ante mi respuesta afirmativa, continúa: “pues, tienes derecho a entrar, sin más explicaciones y –añade- además, tenemos lentejas”. Paso al comedor, donde ya otras personas están comiendo; quizás sean indigentes o pobres de necesidad, pero están aseados; aunque parece que cada cual va a lo que va y poca conversación se oye. Así que me como un buen plato de lentejas, bien guisadas, con cebollita, patata, arroz, pimiento, puerro y zanahoria, aunque sin sacramentos (aunque estemos en lugar regentado por religiosas), y renuncio al segundo plato, que no sé en qué consistía, al agua, al pan y a la raja de sandía, que vi había de postre. Cuando estoy comiendo las lentejas, me llaman al móvil y salgo a la calle para hablar: me llaman del Aula de la Experiencia de Donstia-San Sebastián, donde me había apuntado para el curso 2006-2007, pero les digo que renuncio a su oferta y que no me matricularé y dispongan de mi plaza. Gracias. Entro de nuevo al comedor, termino las lentejas que están muy ricas, y así se lo hago saber a la monja, le agradezco, me despido y me voy. Desde abajo sacaré foto del Hogar de San José del Patronato de la casa de Caridad. Residencia de la Milagrosa. Y así acaba mi aventura en el Comedor de la Esperanza.

Salgo a la cuesta y continúo hacia arriba. Llego a un restaurante que pienso pudiera ser hacia el que la pareja mayor de antes me llevaba, pero está completo y tendría que esperar y, en realidad, pienso que ya no tengo necesidad de hacer una comida formal y ahora, ya comido el primer plato, puedo comer el segundo de capricho; encuentro un lugar que me parece adecuado y como mejillones y pulpo, que están ricos y por 11,90€. En una pastelería como un melindre y un coco (0,60€). Desando lo andado y bajo por la misma cuesta y es cuando anoto el nombre del hogar ya mencionado y saco la foto para el recuerdo, desde abajo. De primeras, salgo a la carretera, pero, en cuanto puedo, saldré al paseo marítimo y entre playa, paseo y rocas, llegaré a las playas de Samil.
En el camino he encontrado y cruzado un Museo con un castro encastrado, no se si en Bóuzas o Alcabre, y que está al borde del mar. Es curioso, ya que hay parte del castro, rehabilitado, que ha quedado fuera del edificio, y otra parte, supongo, dentro; y digo supongo porque, cuando paso, el museo está cerrado y no lo puedo ver por dentro. Los castros circulares son muy similares a los que vi en el de Baroña, el recuerdo que tengo de Santa Trega, Tegra o Tecla y los que en 2007 veré en Portugal.

Al entrar en Samil se me viene a la memoria mi primera acampada con 18 años ¿dónde estaría enclavado aquel camping? De nuevo buenos recuerdos de mis amigos Guillermo Barreneche e Ignacio Latierro, como en Celorio, Cee, Santiago y, ahora, éste de Samil. En aquellos tiempos, cuando llegamos al camping, cayó una tromba de agua que anegó todo el espacio pero, para cuando montamos la tienda, todo se había secado (el suelo había absorbido todo el agua) y no volvió a caer ni gota más en los días siguientes. Me acuerdo de aquella magnífica pineda y la arena fina de la playa. Volviendo a la actualidad, antes de llegar a Samil, por las rocas, se veía gente haciendo nudismo, pero como tengo intención de dormir en playa nudista, me olvido de lo que veo y sigo adelante; tampoco resulta muy atractivo, ya que los accesos al agua no son fáciles, hay algas y suciedad acumulada entre rocas; a pesar de ello, alguno se baña. Acabado Samil, sigo por las siguientes playas y, pasando rocas, llego a la playa de Fontaíña y pregunto a unos jóvenes que me dirán que la nudista es al otro lado de las rocas; empiezo a ver algún nudista al pasar y voy al otro lado de las rocas; voy mirando para ver si veo al trío de Tuia, pero sin éxito. Así que me coloco bastante cerca de la orilla y me doy un baño. Paseo para secarme y de paso ver más detenidamente al personal, pero nada; allí no están. Un chico bien conformado, quizás demasiado delgado, con rabo destacable, se pasea arriba y abajo por la orilla, pero no se bañará hasta el tercer o cuarto intento; va viniendo nueva gente a la playa y lo perderé de vista. Dos chicos con bañador naranja-teja hablan de “Dogma” y me dan ganas de intervenir (soy "fan" de Lars von Trier); por la mañana veré una furgoneta relacionada con la producción de cine (¿sería de ellos?). Cerca de mi hay dos parejas cariñosas que se acarician; me ponen contento sin que se entere nadie. Tras otro bañito, me acerco al cartel anunciador de playa y leo: Areal de Baluarte, pero luego, en la duna leeré: Praia e Dunas de Fontaiña. Sin ser una playa especialmente buena, siendo la última nudista hacia el sur, se puede recomendar. Pregunto a dos chicos y me dicen que esta playa, nada tiene que ver con Saians, que está a unos kilómetros de allí; así que, aunque la playa da Fontaíña es maja, bien indicada, con duchas, buena arena, buena entrada al mar, está muy próxima al paseo, desde donde se nos ve muy bien y, aunque a mi no me importa, para dormir me interesa un sitio más aislado. Así que, como esta playa no me parece la más adecuada para dormir, me visto y me voy en busca de otra mejor. Podré seguir por playas, pero no tendré más remedio que seguir por lo que llaman “autovía”, pero que no lo es, ni nunca lo fue.


 Al pasar, fotografío Illa de Toralla, que alguien me dirá que es para ricos, como Illa da Toxa, y tiene un puente que la une con tierra y se puede pasar andando; es un puente mucho menor que el que pasé para ver Illa de Arousa. Paso por Canido y, para no meterme por cabo Estai, salgo a la autovía. Un estudiante de autoescuela me acompaña, pero no tienen muy claro cómo salir a la general. Voy alternando de arcén y llegaré a Saians. Hay algunos semáforos en esa carretera a los que no veo más sentido que el de “joder” a los conductores. En la parada de bus, hay cuatro chicos que me dicen como llegar a la playa y que es playa mixta ¡qué bien, de las que me gustan! Bajo, me baño, y tampoco veo a los de Vigo-Tuia. Pregunto, y me dicen que hay otra pequeñita a la derecha. Se me olvida preguntar por el nombre de la playa, pero, sin tener certeza absoluta y mirando mi aeroguía (106), casi aseguraría que es playa dos Muiños, por su estructura y rocas que la separan. Pero mirando en la página siguiente (107) veo que le dan otro nombre, playa de Fontiño, y esto ya cuadra más con A Fontaiña- Vigo y Fontiño-Saians, y podría ocurrir que ambas son nudistas oficiales y, por error, esta última no figura en la lista que llevo. El que sea experto que lo aclare y también los nudistas de Galicia. Voy descalzo por las rocas y allí tampoco hay nadie conocido. Hablo con dos chicos y decido que esta zona es más adecuada para dormir, que el tramo grande anterior, que tiene bar con terraza y es más accesible y más urbana. Vuelvo al sitio inicial, recojo mis cosas y me acomodo en el nuevo sitio. Allí sigo hablando con Manuel, pues el otro que está con él se va, y se quedará un rato conmigo; hasta las 21:30h. Me doy el último baño del día. El sol baja hacia la segunda de las islas Cíes pero, antes de llegar, se esconde en zona nubosa. El día había quedado soleado y muy grato para disfrutar de la playa. Un chico lee en un extremo y de espaldas; se irá. Otro señor, en el lado más próximo a las rocas escalonadas de la salida, aguanta desnudo hasta muy tarde (hasta las 22:30h) y le veo muy torpón para vestirse (no diría que estuviera "mamao"); está oscureciendo mucho y temo que, al subir, se caiga por las escaleras; le veo inseguro; de hecho se para en el descansillo y tarda en arrancar. Estoy pendiente de él, por si no tuviera más remedio que correr e intervenir; pero veo que reanuda la subida y, al fin, desaparece; y yo respiro. Antes he llenado una botella de agua del caño, para esta noche y para arrancar mañana. Me he preparado la mejor almohada de todo el viaje, duermo bastante bien y sólo me levanto una vez para orinar. La próstata responde.
Como balance del día, se puede decir que, sin ser playas maravillosas, en las dos últimas he estado a gusto; quizás demasiada carretera por la mañana, con una entrada a puerto comercial con demasiados camiones que hubiera estado bien evitar; agradecido al barrendero que me saca fuera del recinto portuario. La experiencia de comer en un hogar del transeunte será inolvidable, como sus lentejas; el recuerdo de Samil y el estar tan cerca de las islas Cíes y decidir que las visitaré como colofón del camino; dormir enfrente de ellas, también tiene su gracia. Los encuentros con personas tampoco han sido muy importantes y, quizás, la charla con Manuel al anochecer, haya sido la más significativa del día. Hoy también me he dado buena caminata, pero bien dosificada.

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