viernes, 27 de mayo de 2011

viajedejavi. Etapa 17: Santander-Polanco

17ª Etapa. 11 de junio de 2006. Domingo.
Santander, Soto de la Marina, Covachos, Liencres, Somocuevas, Valdearenas, Mogro, Boo, Polanco.
Para las seis de la mañana ya empieza el movimiento. Como también va a ser mi hora de levantarme, no me preocupan los ruidos pero, para el que quiere dormir un poco más, una de las cosas más molestas es el que se hace con las bolsas de plástico; aunque pongas el máximo cuidado en que no cruja tu litera en el momento de levantarte, andar con sigilo, con pies de plomo, como se suele decir, abras con cuidado la puerta del dormitorio y la del baño, en cuanto se empieza a manipular una bolsa de plástico, el ruido que produces es prácticamente imposible de controlar y evitar. Cuando coincides con algún madrugador de las cinco de la mañana que, por no querer quedarse sin albergue económico en la siguiente etapa, en la carrera por llegar a destino a tiempo (por lo que me cuentan, esto sucede más en el camino Francés), como tenga bolsas de plástico, madruga él y despierta a los demás. Una solución consiste en dejar el equipaje preparado de víspera, con el atuendo que uno se va a poner al día siguiente, a la vista y a mano y actuar parsimoniosamente, mostrando respeto por los demás. Hoy, mirando el mapa y, sin hacer demasiadas previsiones, podría tratar de dormir en Suances, pero el mapa que cogí en Castro Urdiales me creará confusión y desinformación y no advertiré, hasta pasar las dunas de Liencres, tras la playa de Valdearenas, que el camino se me corta por salida de ría o entrante de mar, que dejan a Mogro y Miengo en zona interior; lo que me obligará a terminar la jornada en Polanco; un lugar demasiado interior para lo que es mi gusto de disfrutar de la costa. Si ayer hubiera hecho el programa pensando en que Polanco iba a ser mi destino, habría tenido argumentos para convertirme en un madrugador precipitado, puesto que, mirando en la lista oficial de albergues, en el de Polanco figura que sólo dispone de seis plazas ¡a ver quien corre más para pillarlas!  Vale de disquisiciones. Desayuno de lo que hay; un alemán me dará un cacho de su pan y del frigo saco leche y mantequilla (es lo que llevan y dejan otros caminantes). Lo caliento en el microondas y acabamos sentados en la mesa de la cocina los mismos que cenamos ayer, es decir, los tres galos y yo. Nos esperamos unos a otros y saldremos juntos del albergue; caminamos por la ciudad pero, así como el lyonés y yo vamos bien en el grupo, parece que la pareja quiere ir a su aire y prefiere quedarse a tomar un café antes de abandonar Santander. Nos despedimos; no será la última vez que nos veamos con Jocelin y Eric: nos reencontraremos en Asturias. Philippe y yo seguimos adelante, pero no por mucho tiempo, será por unos cinco kilómetros más, pues también tenemos diferencia de criterios y creo que respetar los deseos de cada uno es uno de los principios básicos del que le gusta caminar sintiéndose libre para decidir. Sabiendo que a Philippe le da mucha seguridad la guía que lleva, donde continuamente va leyendo, una fuente a la derecha, un ciprés a la izquierda, por poner un ejemplo, y aunque a mi no me gusta viajar así, me apetece caminar un rato con él. Hemos salido por Sancibrián y, al llegar al siguiente cruce, de Santa Cruz de Bezana, él seguirá su camino oficial y yo las indicaciones hacia Soto de la Marina, en la costa, pues mi amigo de Somo, Nacho, me había confirmado la recomendación de playa Covachos que me hizo Zoe en Trengandín. He renunciado a la costa de la capital, pero no me arrepiento, pues el tramo hecho con Philippe me ha dado información de cómo caminan otros, de cual es su personalidad y será útil para los siguientes encuentros que tengamos a lo largo del camino y, finalmente, en Muxía, cuando él ya había pasado por Santiago y a mí me faltarían cinco días para llegar. Bueno, dejemos a Philippe intentando tomar su café, y yo seguiré hacia Soto. A pesar de las señales de carretera, debo preguntar en los diversos cruces no bien señalizados: a una señora que mima sus plantas de tomate, a un señor que me advierte de la conveniencia de que coja un atajo, pero que luego no sabré sacar la ventaja de haberlo cogido y, por fin, a  Norberto, un jubilado que ha venido caminando desde Liencres y que ahora regresa a su casa. Nos haremos compañía un ratito. Vendió su piso sin ascensor en la capital y se compró su cobijo en Liencres; está feliz de haberlo hecho: hablamos de hipotecas, de fondos de previsión de pensiones, etc. y al llegar a un punto, me indica cómo llegar a Covachos.


 A pesar de sus indicaciones, llegaré a Arnía, que tanto me gusta, que pienso que puede ser Covachos, pero tendré que retroceder por la costa hasta dar con ella. Hay un sendero muy majo por el acantilado y luego, una vez avistada la playa, descenderé a ella.



Covachos es una playa muy bonita que, en marea baja, como la estoy viendo, descubre una lengua de arena que convierte a una isla en istmo; resulta muy grato pasear desnudo por la orilla. Donde dejo mis mochilas será un lugar estratégico, no demasiado distante de los dos extremos, pero tampoco hay mucha gente, la mitad de ellos son nudistas y la otra serán textiles. Para los amigos del nudismo y para cualquiera, creo poder informar bien diciendo que, en marea alta, el brazo de arena que une isla a continente, desaparece y también deja el resto de la playa reducido a la mínima expresión; cuando esto ocurre, será preciso observar qué parte más al oeste contiene arena seca, para no tenerse uno que ir antes de la hora deseada. Un buen informe de previsión de movimiento de mareas no vendrá mal. Cuando llego, el único desnudo que veo jugando con su perro, tirándole palos al agua para que nade y los traiga a su amo, me dirá que puedo ir por la cornisa tranquilamente andando hasta Valdearena, que es la playa con dunas de Liencres. Termino de escribir a las 12:00h, me baño, paseo para secarme y salgo hacia las 12:30h. Han llegado más playeros, y yo cojo el acantilado y paso de nuevo por la playa de Arnía que, con sus estratos de rocas al mar, hacen un paisaje muy bonito, aunque complicado para bañarse por el lado más bello.





Más adelante veré un paisaje precioso de colosos de piedra emergentes del mar








y, tras dar una ración de vista que alegra mi espíritu, llegaré a Somocuevas.



Esta es otra playa nudista en que la mayoría está desnuda; concurrida pero con sitio para todos, hay unos cuantos artistas del juego de pelota a pala que lo hacen con precisión y sin causar molestias a sus convecinos ¡cómo dominan la fuerza y la dirección! Un padre alecciona a un niño y le da ánimos, valora su esfuerzo y aplaude los logros: “hay que hacer cantera”, me dirá cuando aplaudo el método. La playa está delimitada por rocas a los dos lados pero, lo que más me gusta y quizás venga delimitado por la hora de la marea, es que la entrada al agua es casi instantánea, no hace falta caminar nada para que te cubra. Me daré dos o tres baños, como y parto, hacia el lugar preferido por Zoe para vivir, Liencres, cuyo nucleo poblacional no veré porque, por la cornisa, llegaré directamente a la playa. Hay muchos coches con gente que ha comido en el campo, por el camino.


Ya estoy en Valdearenas, playa larga con dunas de las que, aunque no fueran declaradas nudistas, lo serían por el uso como tales de los practicantes. Pero aquí, como en Laredo, como en muchos otros lugares con playas de este estilo, la gente que practica el nudismo se esconde, como si estuvieran haciendo algo prohibido, inconveniente y poco ético o atentando contra la moral, ¡a mí esto me saca de quicio! Si alguna vez se lo digo a alguno de estos nudistas, a los que yo llamo poco convencidos, me dicen que se meten en las dunas para protegerse del aire, del viento; esta respuesta puede valer cuando esto ocurre pero, cuando no corre ni un poco de brisa, ¿cómo lo justifican? La verdad es que cada uno es libre de obrar como quiera, ocultando o exhibiendo su cuerpo, pero me fastidia la doble moral. A mí me ha pasado en Hendaia, encontrarme con mis vecinos, saludarme el marido y ella mirar para otro lado ¡y eso que ella es ATS! Cuando sigo la playa, me encuentro un lugar que, al fondo, parece que estoy en Hendaia pero a la inversa, como si las gemelas estuvieran al lado contrario; lo peor será que la ría Mogro no me dejará pasar; mi sueño de dormir en Suances se esfuma. No me queda otra posibilidad que, si se acerca en barca alguien, me pase al otro lado; pero, por allí, no pasa barca alguna. Me encuentro a dos hombres y dos mujeres desnudos que no se esconden; están al otro lado, hacia la ría interior y no frente al mar abierto; hablo un rato con ellos y vuelvo a mi mochila. ¡Me da un bajón! No me decido. No sé si quedarme a dormir allí en aquella playa, aunque es todavía muy pronto, o retroceder para ir a Mogro y avanzar algo más. En vista de lo sucedido, miro y remiro bien mi mapa y me entra la duda de que, si sigo de Mogro por la costa, no me vaya a pasar lo mismo con el río que desemboca en el faro de Suances y que creo será el Besaya. A las 18:30h, tomo la decisión de volver y, en el camino, veré a algún nudista cerca de la orilla. Dicen que entre las dunas no están escondidos, puesto que hay muchos que están desnudos. Después de coger agua, llego a un puesto de Cruz Roja y uno me indica que siga la dirección Boo, Arce… Miro albergues y veo, en la última lista, la posibilidad de acercarme al camping de Queveda que, con motivo del año Lebaniego, oferta 42 plazas, ¿pero dejará acampar sin tienda? Lo veo lejano y creo que no podré llegar. Así que iré pensando en la alternativa Polanco, aunque con dudas por las pocas (6) plazas que oferta. Al fin paso Boo y empiezo a calcular el tiempo que me va a costar llegar a Arce, pues no tengo referencias de tiempo y distancia; en ese momento me aparece la señal que me puede servir de referente: 4 km a Arce (es señal del Camino y por carretera estrecha). Cuando empiezo a ascender una cuesta, una señora sale de su casa y me pregunta a ver si nadie me ha dicho que debo coger la vía del tren, ya que, de esa forma, ahorraré más de 8 km. ¡Se me empiezan a encender bombillas! ¡Rober ya me advirtió de esta circunstancia! La señora se queja de que me haya quedado pasmado y no reaccione; se piensa que no le quiero hacer caso; casi se enfada: “si quieres hacer kilómetros de más, allá tú”. Le quiero explicar que me está dando credibilidad lo que me dice, que alguien ya me lo dijo y lo había olvidado y que me dé un poco de tiempo para asimilarlo. Finalmente, diré a la señora que me explique cómo debo hacer. Sus explicaciones serán como sigue: primero coge la vía derecha y el tren sólo te puede venir de frente, luego, pasar el puente, aunque ponga prohibido el paso; y, finalmente, llegar a la estación de Mogro. A la derecha, subir por una carretera a la Virgen del Monte y seguir hasta Mar. Agradezco a la señora sus desvelos para enderezar al caminante y sigo sus instrucciones al pie de la letra. Yendo como iba, muy justo de tiempo, ha sido providencial encontrarme con esa señora, rememorar todo lo que me dijo mi primo, y recortar muchos kilómetros. Al llegar a la ermita de la Virgen del Monte, me encuentro a familias jóvenes con niños; me dan noticias contradictorias, pero en mi caminar las iré puliendo y sacando la sustancia verdadera; así llego al barrio del Monte, a Gornazo, Barcena de Cudón, Mar y a Polanco y, después de haber pasado el Regato de las Anguilas y las vías en la estación de Mar, me presento en el Bar Quin; allí me acoge una señora que me dará de cenar, aunque no tiene ni pasta, ni lentejas, y añade que ya hay cuatro peregrinos en el albergue; ¡qué bien, todavía sobra una plaza! Me dice que vaya a ducharme y vuelva a cenar. Llevo los trastos al albergue y elijo la litera de arriba, pues sólo tenía la opción de ésta o la del medio. Las tres literas están en un espacio muy pequeño y separadas de las otras tres, que están en otra habitación similar. Un joven catalán, Guille, toca la guitarra; está con otro amigo, Alan y con un francés de edad similar a la mía, con el que han coincidido y decidido ir juntos. Ellos ocupan la otra habitación. El alemán que ocupa la litera de abajo, donde yo dormiré, está cenando y le saludo de lejos. Me ducho, y olvido pasar la fregona. Voy a cenar y llevo la credencial. En el sello que me ponen se lee: Albergue de las Anguilas. Mancomunidad Miengo Polanco, Escuela taller y tiene una vieira, dentro de la cual hay un barco con remo y dos torreones, sobre mar con oleaje tranquilo, una manzana y otro elemento que no sabría definir, y que podría ser otra fruta. La cena consiste en: ensaladilla, embutido, bacon, huevos fritos y patatas fritas.  El albergue me ha costado 4€ y la cena 8€. Al regreso al albergue hablo con el trío, y sabré que han conocido a Philippe. Tras la cena, estoy muy bien. Mi amiga Arantza me ha mandado un mensaje y cuando estoy en bolas en la ducha me llama Martín, su marido; me pongo el pareo y hablo un rato con él. Charlo otro rato con Guille, Alan y Gilbert, y mientras, el alemán se mete en la cama a dormir. A las once, me voy a dormir. Hace calor en la habitación y me acuesto desnudo encima del saco abierto. Me cabreo con el alemán, porque toda la noche la pasa crujiendo como si fuera una bolsa de caramelos, pero, lo comprobaré después, se trata de una ventana rota a la que han puesto un plástico protector que, a su vez, también está rajado y que era lo que crujía con el viento; entre ese ruido, el calor y los mosquitos, no pasaré muy buena noche. El alemán no crujía, pero sí roncaba. Dicen que yo también; y no lo niego, puesto que a veces yo mismo me despierto con alguno de mis ronquidos y, especialmente, si me he colocado panza arriba.

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